El Tolima: la suma de todas las amenazas


 | Por Alexander Martínez Rivillas | 

La actividad fumarólica del Ruiz está en aumento en los últimos días. Lo mismo que el incremento de los tremores del Machín. En días pasados se publicó una pequeña columna de gases del pico del Tolima. No sobra decir que las amenazas volcánicas cubren buena parte del Tolima. La explosión de cualquiera de ellos afectaría gravemente la infraestructura vial que conecta el oriente con el occidente portuario del país. 

Pero, estos riesgos no terminan aquí. Los gases tóxicos, la roca incandescente expulsada, los piroclastos al viento (guijarros calientes), las nubes de cenizas volcánicas viajando a altas temperaturas, la fusión de glaciares, y los lodos bien fluidos (acuosos) en forma de avalanchas, afectarían la vida de más de 600.000 personas (en el caso del Machín o del Tolima). Ante la explosión de cualquiera de los tres volcanes, se contaminarían seriamente los distritos de riego, los suelos de pastoreo y los acueductos; sin mencionar los nuevos depósitos de lodos que seguirán formando el abanico de Armero, o el de Ibagué. Sitios estos que hoy de nuevo están bien poblados en sus zonas de alto riesgo, a pesar de todas las advertencias. 

La tragedia de 1985, en la que resultó destruida la ciudad algodonera, con más de 24.000 muertos; las múltiples avalanchas del Cañón del Combeima que, el 2 de julio de 1987 dejaron 15 muertos; o las de la noche del 29 al 30 de junio de 1959, que dejaron más de 200 personas muertas; representan desastres de impacto mundial que se han olvidado por completo. De hecho, la noche de la tragedia del Cañón del Combeima de 1959, se produjo también la destrucción parcial del caserío de Toche, por una riada del río del mismo nombre, según testimonio de un habitante octogenario que entrevisté en 2012.


Tampoco se reconoce que, Mariquita, Honda, Flandes, Coello y Espinal, están localizados sobre antiguos valles inundables que podrían volver a su estado lacustre, por efectos directos de avalanchas, represamientos, fusiones glaciares y picos de precipitaciones; con o sin actividades volcánicas asociadas. 

 

Los fallamientos superficiales y profundos de toda la geología del territorio tolimense demanda los máximos estándares de prevención de la población y de seguridad sismorresistente. Lo que, efectivamente, no sucede hoy en buena parte de los desarrollos urbanos del departamento. 

 

En mis recorridos de campo he visto que no hay detectores de lodo, no hay obras de disipación de energía (obstáculos al paso de las avalanchas), no hay sensores de tremores y temblores en funcionamiento, o simplemente no existen. De hecho, todos los glaciares están por monitorearse con estaciones de alta precisión. 

 

En el Guaico, cerca del Machín, observé la falta de mantenimiento de los equipos de monitoreo. De hecho, el domo del Machín y sus predios vecinos siguen en plena explotación ganadera, y no les han dado a sus ocupantes soluciones aceptables. 

 

Es tal la indiferencia del Estado frente a estos riesgos volcánicos que, los estudios de amenazas naturales del “Túnel de la Línea”, que reposaban para 2009 en el Ministerio de Ambiente, Vivienda- y Desarrollo Territorial, no los tenían ni siquiera contemplados. Lo mismo ocurrió con los estudios de riesgos de los diseños iniciales de la mina “La Colosa”, que tampoco los consideraron, tal como se lo hice saber a las directivas de AngloGold, en virtud de una investigación que realicé en 2010. Afortunadamente, el proyecto fracasó. 

 

Más allá de estos riesgos, hay otros a la salud humana y de los ecosistemas que casi nadie tiene presentes. Las amenazas naturales mencionadas afectan gravemente la diversidad y la riqueza de la fauna y la flora silvestre. Pero, las amenazas causadas por las prácticas agrícolas contaminantes también impactan a los ecosistemas y a los seres humanos. Todos los análisis toxicológicos ambientales y humanos en los agrosistemas y las poblaciones del Tolima están por hacerse. No sabemos con certeza los verdaderos daños ocasionados por los compuestos persistentes de los insecticidas, los cuales, generalmente, afectan el sistema nervioso de toda suerte de animales, ni cómo aquellas sustancias nos afectan por diversas vías de contaminación. 

 

El ecocidio de la microfauna del suelo agrícola tolimense está por establecerse, lo mismo que el saldo rojo de la fauna afectada por la deforestación, por la cacería y por la infestación masiva de agrotóxicos. El déficit de captura de carbono por el laboreo en suelo desnudo y estéril está por contabilizarse. De hecho, tengo la intuición de que el impacto podría ser muy superior al visto en las emisiones de gases contaminantes del ganado. Evidentemente, no contamos con estaciones que monitoreen los gases de nuestra propia antroposfera, que suelen ser mucho más precisas que los sensores remotos o satélites. 

 

Y para colmo de males, los gobernantes del Tolima están lejos de entender y actuar sobre los riesgos ambientales de su propio territorio, y ni por asomo se han enterado de que estamos viviendo en la región con la mayor complejidad de amenazas naturales del país. 

 

Profesor Asociado de la Universidad del Tolima.


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