LOS "IMPERDONABLES" DE LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA



|Por Alexander Martínez Rivillas-Profesor UT|

Esta reflexión se dirige principalmente a estudiantes de la Universidad del Tolima, pues frente a sus infames directivas todo ha sido, como decían los teólogos, flatus vocis. El contexto de la lucha de ASPU seccional Tolima ha sido, en el mejor de los casos, incomprendido. Y sus causas se han disipado en opiniones sin fundamento, intrigas “palaciegas”, retóricas diseñadas para encubrir los variados intereses que se disputan su gobierno, o en diferentes acciones de persecución política orquestadas por una tecnocracia completamente funcional a una “agenda oculta” (Meny & Thoenig, 1992) de las élites económicas y políticas del Tolima. 

Una breve genealogía de la personalidad social del tolimense

Gracias a los trabajos del historiador Hernán Clavijo (también sometido al irrespeto de algunos directivos de la UT), los conversatorios que he desarrollado con él, y otras investigaciones que he realizado, puedo identificar cuatro factores explicativos de la profunda crisis de convivencia o “sociabilidad”, a decir de Kant, en nuestra vida regional. 

Pobreza material: Durante el siglo XX, el Tolima registró (lo que se evidencia en las primeras muestras censales agropecuarias de los cincuenta) una concentración altísima de la propiedad rural en latifundios o súper-latifundios (heredados del régimen señorial-hacendario del siglo XIX, por supuesto), muy por encima del Viejo Caldas o Cundinamarca, por ejemplo, y en el mismo nivel del Magdalena, Córdoba, o Cesar. Unido a esto, el desarrollo urbano en todas las cabeceras municipales siempre estuvo asociado a una precariedad importante en el acceso a la oferta alimentaria y servicios sociales básicos. En este escenario, las clases medias fueron escasas o casi inexistentes, y las capas menesterosas siempre fueron mucho mayores, con unas elites sociales sin ilustración alguna, altamente concentradas en Ibagué. Estos elementos explican en parte la alta conflictividad del Tolima durante el siglo en cuestión, respecto a los demás departamentos, pero también un escenario de demandas materiales relativamente atractivo para el comunismo ortodoxo y liberalismos radicales, lo que en efecto ocurrió. Estas combinatorias se expresan, por ejemplo, en el hito denominado “Bolcheviques del Líbano”, en nuestras “Juntas Revolucionarias” del periodo pos-Gaitán, o en cierto “bandolerismo social” (Sánchez & Meertens, 2006; Hobsbawm, 1983), o en las retaguardias territoriales de las guerrillas del sur y norte del Tolima. 

Ladinismo o simulación: Dada la extendida pobreza material, la inserción contradictoria e insuficiente de patrones proto-modernos de “vida buena” a principios del siglo XX, y luego de patrones de bienestar euro-norteamericanos, que eclosionan en los cincuenta (y hoy más remozados que nunca), produjeron una suerte de “ansiedad colectiva” (Gutiérrez-Rodríguez, 1990; Jaramillo, 1998) entre las clases populares y escasas clases medias del Tolima, por buscar mejores condiciones materiales en la ciudad, o en emprendimientos agrarios. Lo que en efecto se materializó, no en el desarrollo material de las economías, sino en la diversificación de medios de ascenso social que apelaron al ladinismo, el engaño, la trampa, el facilismo, el chantaje, la amenaza, en fin, pequeños “ilegalismos” que se hicieron connaturales a las patrones psicosociales del tolimense.

Des-escolarización o anti-ilustración: El Tolima siempre estuvo rezagado respecto a coberturas del sistema escolar durante el Siglo XX. Las censos de los treinta muestran un analfabetismo del 70% en promedio, cuando el viejo Caldas contaba con cifras cercanas al 30%. Este déficit de servicios educativos impactó gravemente en los procesos de modernización material, pero también en la conformación de una élite social relativamente ilustrada, y de una clase media más o menos educada. Sin obviar el debate de los impactos coloniales de la cultura letrada (y los efectos de una religiosidad católica superficial), su incorporación precaria, concentrada en algunos privilegiados, sólo generó una “contradicción existenciaria” (Martínez, 2011) entre las masas iletradas o pobremente escolarizadas respecto al valor social del saber. Se produjo lo que nos gusta llamar una suerte de “percepción negativa” hacia el profesional del saber, las letras, la ciencia, el arte, en fin, el saber puede llegar a ser despreciado profundamente. Esto ocurre hoy hasta en la UT.

Conducta destructiva y autodestructiva: Sin acceso a medios de vida, sin oportunidades de ascenso social mediante mecanismos meritocráticos, o legales, o socialmente válidos para desincentivar los conflictos, y sin una cobertura adecuada del sistema escolar, es fácil imaginar, en este “caldo de cultivo” de la infamia, la pre-configuración de una mentalidad destructiva y autodestructiva del tolimense promedio. Con raíces en la Colonia, esta conducta, se afianza en los patrones culturales durante el siglo XX, y se expresa en las acciones cotidianas utilitaristas con la naturaleza, el vecino, el amigo, el consumidor, el votante, el jornalero, el docente, el oficinista, etc. Pero también en las formas de gestión cotidiana de las diferencias o conflictos, casi siempre asociados con intervenciones límite: la muerte, el odio, la persecución, el maltrato, la agresión verbal, la destrucción del mundo dialógico, en fin, un coctel de intolerancias y violencias que han socavado de manera estructural la sociabilidad del tolimense. De otro lado, se puede registrar la configuración de comportamientos autodestructivos, los cuales se desarrollan en la vida cotidiana con las típicas experiencias límite: consumo abusivo de drogas, dipsomanía, autopercepción pesimista y fatalista, conductas neuróticas y esquizoides, éticas superficiales, religiosidad externa (Freud, 2011; Gutiérrez-Rodríguez, 1990; Gutiérrez-Rodríguez, 1961), entre otras, que se ensamblan perfectamente con la personalidad destructiva, en un proceso de retroalimentación permanente. 

Con estos elementos explicativos, podemos ahora abordar la cuestión de la UT, su crisis profunda, sus actores, sus maneras de gestionar los problemas de la comunidad universitaria, sin obviar el hecho simple de que estas categorías también son útiles para explicar otros fenómenos sociales y socio-ambientales del Tolima, o el país. 

La UT bajo el gobierno histórico de una mentalidad hacendataria y proto-moderna 

Cuando ingresé a la UT como profesor de planta, la primera conversación relevante que sostuve fue con el actual Director del Centro Cultural y ahora defensor de oficio de León Gráficas. En un tono imperativo recuerdo que me asestó lo siguiente: “usted que hace aquí, devuélvase para Bogotá”. A pesar del contexto jocoso, me hizo pensar también en la imagen que muchas veces me refirió un colega de la Universidad Javeriana: “en esa universidad debes tener cuidado pues te pueden envenenar la copa”. La referencia palaciega era también llamativa. Digo esto por la imagen que los de “adentro” y los de “afuera” se hacen de la institución. El mensaje era claro: aquí no puedes intentar la crítica, el cambio, la democracia profunda, la ilustración, la emancipación epistémica, la meritocracia, la gestión decorosa del recurso público…, sin salir indemne. 


Además, este mensaje decía otra cosa: podemos aparecer ante el país como una universidad progresista, pero también podemos convivir con sus miserias, contradicciones, precariedades, sin que nadie lo note, o lo quiera notar. En esos días dije también algo que después exhumé: “esta universidad parece una hacienda”, cuando una funcionaria desaprobó de manera descarada mi reciente amistad con un catedrático, por considerarlo comunista. Desde su fundación, la UT ha estado prisionera del clientelismo local y regional, esto es una verdad de apuño. Los partidos tradicionales han dispuesto de sus numerosos puestos y contratos para cerrar el círculo de la cooptación y compraventa de votos, desde el momento mismo de su creación. Y en varios periodos de su historia ha contado con la cooperación de líderes formados en las doctrinas de izquierda, por supuesto en escenarios ideológicos precarios, y mediados por formas de ascenso social vinculadas con el chantaje o la obsecuencia ante el poder local y las autoridades de la UT, tal como ocurre hoy. 

Las consecuencias eran inevitables: rectores que expulsaron profesores de planta en los años setenta, cerraron de forma violenta una Escuela de Artes, persiguieron estudiantes hasta lograr su ostracismo, docentes catedráticos o de planta sin condiciones académicas para ejecutar sus tareas, cientos de funcionarios administrativos completamente ineptos para desempeñarse en sus cargos o sin competencias definidas; grupos de presión y a veces de choque, con mayorías de funcionarios, que siempre vieron y ven en los procesos de movilización estudiantil y organización profesoral, un riesgo permanente para sus contratos, y un riesgo cierto sobre las formas de control de los recursos que ostentan las elites políticas. 

Y actualmente, bajo la administración de Herman Muñoz Ñungo, se configuran los mismos fenómenos: amenazas o sanciones de profesores de planta y catedráticos, especialmente los críticos; acciones de choque contra los estudiantes que protestan, orquestadas por directivos; destrucción de procesos asamblearios invocando reglamentaciones santanderinas (tal como ocurrió en la Facultad de Ciencias Humanas); señalamientos irresponsables a estudiantes por el consumo de marihuana, o a la misma UT como una “olla”; desprecio por el saber, tal como lo expresó el mismo Director de la ODI en un frustrado debate; ánimo destructivo ante la opinión escrita, como las amenazas de disciplinarios y penalizaciones provenientes del Director de Currículo frente a un texto que escribí, para mencionar algunos casos. 

Ahora bien, se trata de develar las motivaciones de estos actores, y lo que en efecto defienden. El actual rector, Herman Muñoz Ñungo, corresponde a la típica figura del “burócrata sub-especializado”, atestado de percepciones cartesianas del mundo, incapaz de tolerancia y dialéctica escrita (Fromm, 2007). Sus conductas, sometidas a la interpretación tecnocrática de la norma universitaria de abogados provincianos e intelectualmente precarios, se revelan desconocedoras del ethos universitario, en una suerte de personalidad simuladora de cosmopolitismo, des-escolarizada en la política y la administración de lo público, sancionatoria de la ilustración, y destructiva con sus propias colegas, invocando la idea ideologizada de conjurar una supuesta defensa irrestricta de la norma. Su defensa es clara: atornillar la clientela del partido liberal, proteger la insolencia de su equipo de choque, destruir el pensamiento crítico que actúa, y profundizar el estado de analfabetismo político de la UT. 

Y aquí cabe preguntar: ¿cómo este funcionario, con dedicación semanal de 40 horas entre el 2000 y 2008, en calidad de Vicerrector Académico o de Desarrollo Humano, logró publicar u obtener la aprobación de 11 artículos indexados u homologados en revistas científicas de altas exigencias, dirigir 9 trabajos de grado, y elaborar cuatro documentos académicos de trabajo? Este fenómeno extraordinario en el concierto de la investigación debe ser explicado (y en efecto se parece al caso denunciado por ASPU en la UTP), pues con las responsabilidades y competencias de esos cargos es casi imposible investigar. O por lo menos, podría implicar que este burócrata no se dedicó a cumplir con sus funciones, sino a otros propósitos. De hecho, al igual que el ex-rector Wasserman, debió quedarse en la actividad investigativa, y no simular ser un administrador de los asuntos universitarios (http://190.216.132.131:8081/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000303208). 

En cuanto al vicerrector académico, en cabeza de David Benítez, se reproducen las precariedades ya mencionadas. Accionando con bonachonas complacencias en su círculo de amiguismos, desata también su intolerancia y hábito destructivo con todos aquellos que le han cuestionado su gestión: ha increpado, sancionado, perseguido, protegido a sus áulicos, en el deseo imperturbable de demostrarse que su mayordomía es incuestionable. Incapaz de responder académicamente a una diatriba, despliega su resentimiento con códigos impersonales: resoluciones, circulares, galimatías jurídicos; o simplemente con gestos cortesanos de desprecio hacia sus antagonistas. 

Docentes de la Facultad de Ciencias Básicas, que por supuesto se sienten absolutamente intimidados por el régimen hacendatario de la UT (y de allí que no firmen la denuncia), hacen afirmaciones graves que lo cuestiona a fondo. Pero muy seguramente, este burócrata, entrará en convulsiones moralistas, típica de nuestra personalidad social, y dirá que “todo ello son calumnias de la oposición”, “señalamientos infundados”, etc. En la consabida estrategia de supervivencia en el proceso de encumbramiento por la vía del ladinismo, invocará su doctorado sub-especializado, entereza moral, y por supuesto, a artilugios anti-ilustrados, como que el profesor Martínez-Rivillas no ha convalidado su título de máster de la UAB. 

Pero lo que quizás más indigna de este funcionario son las siguientes expresiones: “ahí le dimos”, “le resolvimos eso”, “le hice el favor de…”, “cuente con eso”, “hicimos el esfuerzo de arreglarle”, entre otras. Como si sus competencias consistieran en hacer favores personales, complacencias, actos de compasión por los demás, o acciones personales que demandan la subordinación, en una típica personalidad social anti-moderna, amiguista, que se niega a la compresión-acción de lo público y la profundidad del servicio social igualitario. 

Ahora bien, después de caracterizar los referentes autoritarios de las directivas de la UT, sin considerar otras figuras, veamos en detalle las gestiones que se precian de desarrollar con eficiencia. Hablamos del Plan de Desarrollo Institucional 2013-2022 (PD) y el Proyecto Educativo Institucional (PEI), materias suficientes para develar la precariedad intelectual de la administración de la UT. 

Instrumentos de gobierno y planeación esquizoides y anti-académicos

El PD se elaboró al mejor estilo de la planeación tecnocrática y autista. Consultas controladas, socializaciones sin interpelaciones, y aprobaciones gerencialistas. Se despliega en un diagnóstico del mundo, el país y la región para luego producir un arsenal de programas, proyectos y acciones sin conexión con el diagnóstico. Típico lastre de los malos consultores en planeación. La inveterada maña de presentar las cifras de la “parte llena del vaso”, y dejar la “parte vacía” en la sombra (que es la mayor parte), se hace patente a lo largo y ancho del documento. “(1) docente de planta por cada (sic) del 31 estudiantes”. Pero el mismo guarismo no aparece para los estudiantes de distancia. 

Afirmaciones como: “respecto a la producción intelectual, las tres únicas revistas indexadas en categoría C del departamento, se producen en la Universidad del Tolima”, son casi provincianas. Tres revistas en la menor categoría en un departamento que no tiene investigación seria y con impacto social.

Ahora, se escribe con enjundia: “Las fuentes internas, corresponden a transferencias de la Sede Central al Fondo de Investigaciones y tal como se indica en la figura 11, entre los años 2008 y 2013 han tenido un aumento del 333,9% (…) En cuanto a los recursos provenientes de fuentes externas, como lo indica la figura 12, en el periodo comprendido entre los años 2006 y 2012 pasó de $313.846.659 a $2.031.601.874 lo que representa un aumento de 547,3%”. Todos los incrementos que se han evidenciado se deben a efectos de políticas nacionales de incentivos o transferencias por vía de regalías. Esto fue lo que debió decir el documento, y no dejar en el ambiente que ello se debió a un acto milagroso de la misma UT.

También se dice retóricamente esto: “Durante los últimos cinco años, un total de 122 docentes y 56 estudiantes extranjeros realizaron pasantías en la Universidad del Tolima, mientras que un total de 342 docentes y 339 estudiantes de la Universidad realizaron salidas al exterior”. Pero no se dice en qué condiciones económicas se fueron, qué financió en realidad la UT, qué productos se llevaron, y especialmente: ¿para qué se viaja al extranjero, con qué agenda científica se orienta el intercambio internacional? Y además, para que la diagnosis dejara de ser provinciana, se debió establecer una comparación de esas cifras con otras universidades. Con lo cual se constataría la mediocridad de esos indicadores. 

Pero lo más escandaloso del diagnóstico es su exposición financiera. Cifras globales, sin fuentes claras; y sin un análisis serio de los “Recursos del Capital”, que pasan de 900 millones a 13.000 millones en un periodo de tres años, no se comprende ni se acepta fácil, sin explicar por qué y cómo es posible eso. Igualmente sucede con los misteriosos “Otros ingresos” y “Fondos”, que curiosamente no se desagregan en sus fuentes detalladas. He aquí la “nuez” que ladinamente se oculta con tecnicismos y galimatías jurídicos, y que debería investigarse de inmediato.

Y en un acto de malabarismo la UT se convierte en una empresa: “De acuerdo al enfoque por procesos que tiene nuestra institución y para lograr la prestación de servicios de calidad y la satisfacción de nuestros usuarios, se definió el mapa de procesos de la Universidad (ver figura 30).” 

Ahora bien, en una suerte de padecimiento esquizoide, los redactores aparecen como insobornables seguidores de Silvia Rivera, Luis Tapias, Santiago Castro-Gómez, y compañía: “De modo que para la estructuración de una universidad responsable, debe partirse, en el diálogo Norte – Sur, de nuevas reglas de juego, tendientes a la decolonianización y desescolarización del conocimiento; esto es, una política anticolonial del saber que conecte, por ejemplo, los conocimientos de las ciencias básicas con las prácticas contextuales, pero también que considerarse (sic) el conocimiento y la sabiduría popular, indigenista y campesina, como saberes prácticos y en funcionamiento”. Lo que evidentemente contrasta con los “usuarios del saber”, y con las invocaciones posteriores al “desarrollo humano”, “desarrollo humano sostenible o sustentable” (según la escuela o las interpretaciones), “diversidad y la pluralidad del pensamiento universal”, y demás galimatías que suelen poblar los discursos del desarrollismo y la “sociedad del conocimiento”.

Sin entrar en otros detalles, el PD está repleto de gazapos, inconsistencias y delirios institucionales sobre la ONU, el MEN, etc. Con una ausencia lamentable: no existe un diagnóstico serio de los problemas internos de la UT. La crisis del “didactismo” que invade sus aulas, el déficit de investigación, el facilismo de las opciones de grado, las causas de la “deserción”, los años promedio de graduación, los retos pedagógicos de los docentes, las precariedades de los ambientes de aprendizaje y experimentales, la “industrialización del saber” en el IDEAD, la ausencia de democracia, la invasión “visigoda” del clientelismo, entre otros. Lo que finalmente podemos constatar es la implantación descarada e irracional de los esquemas mediocres de planeación municipal en terrenos universitarios. 

Por otro lado, se levanta, entre las oscuridades epistémicas y los gruñidos de la metafísica de la complejidad, el PEI. Empecemos por el primer desastre: aparece en tono rimbombante la “Filosofía Institucional”, lo que solo puede dar vergüenza institucional, pues quien piensa de ese modo no tiene la menor idea de lo que es la Filosofía. Más adelante, en un gesto simulador de tolerancia, propio de las mentalidades ladinas y anti-ilustradas, escribe: “En la Universidad del Tolima se promueve el pensamiento crítico de profe¬sores y estudiantes (Barnett, 1994), con base en la idea de una Universidad compleja que privilegia la enseñanza y aprendizaje (Bowden y Marton, 1998), que permite la formación integral en la relación docencia-investigación-compromiso social-compromiso ambiental”. Queridos estudiantes, los invito a revisar los actos que promueven el pensamiento crítico en la UT: sanciones a profesores, persecución sindical, grupos de choque, agresión verbal de sus directivos y funcionarios.

Luego asesta un golpe de infinito cosmopolitismo en sus Objetivos: “Ofrecer programas académicos a través de currículos que se orienten por Principios de Integralidad, Rigurosidad, Pluralismo Metodológico, Interdisciplinariedad, transdisciplina¬riedad, Flexibilidad, Autorregulación, Comunicabilidad, Contextualización, Universalidad”. ¿Y dónde están o estarán esos programas? ¿En la Universidad de Gotinga? La retórica de este documento es casi infame, y sigue demostrando que no hay nada “des-colonial”, ni “autónomo”, ni “crítico”, en la administración UT, sino un barullo de irrespetos a los estudiantes. Y luego con descaro afirma: “Contribuir al fortalecimiento de la cultura de la paz, la convivencia pacífica y la solución de conflictos”. Imaginen ahora fonogramas de una risa estridente. 

La actuación esquizoide continúa con impunidad: “Hacer del currículo una construcción dialógica orientada a la universalidad del conocimiento inter/trans-disciplinar, el pluralismo metodológico y la comunicabilidad globalizada”. Esa realidad no existe, y no existe por el síntoma esquizoide de los autores: “aislamiento de la realidad social y poca confianza en las personas”. Y de nuevo me pregunto: ¿Será que estos simuladores se han enterado de lo que significa “universalidad”, “interdisciplinariedad” “transdisciplinariedad”? El debate no lo exhiben, como tampoco explican que entienden por eso. De hecho, creo que sólo tienen intuiciones. 

Es tal la crítica “des-colonial”, que le impone a la UT lo siguiente: “Politica (sic) de Desarrollo Humano. El compromiso social intrínseco pasa por la construcción de una noción de desarrollo humano que toma en consideracion (sic) el tipo de persona, ciudadano o estudiante que hace vida universitaria, por lo cual se deben considerar aspectos de cuidado de sí mismo, responsabilidad en y con el campus y reconocimiento como graduado”. Amartya Sen es la luz y el camino de ese desgonzado pensamiento institucional y metafísico. ¿Alguien puede imaginar que el Banco Mundial ahora considera “no-pobre” y “capaz” al que estudió secundaria, gracias a este economista? 

Ahora, la “orquesta” llega al clímax esquizoide: “2.4.12. Política Ambiental. El aprendizaje de una cultura de la sustentabilidad am¬biental debe permitir superar el aprendizaje de epistemologías, valores, técnicas e instrumentos que soportan la actitud depredadora del hombre sobre la naturaleza y sus congéneres, para poder trascender hacia la generación de nuevas formas de entender y construir la relación del hombre con su entorno basadas en una ética de respeto por todas la formas de vida, la solidaridad intergeneracional y la dignidad humana”. Repeticiones de Enrique Leff y Augusto Ángel; que a propósito nos recuerda que los autores fundacionales de muchas tesis no son citados en el documento. La “actitud depredadora” de la administración UT, y sus múltiples ladinismos y simulaciones, es el pan de cada día. 

Y en un acto de vasto (y basto) conocimiento del inglés, agrega algo de Nussbaum: “first is the capacity for critical examination of oneself and one ´s traditions”. Miradas “críticas” de “uno mismo” que caracterizan a los directivos de la UT, cuando hablan (cada uno a su modo) de la “olla” universitaria, los lumpen-intelectuales de ASPU, los “falsificadores” de títulos, los profesores asociados con el narcotráfico, las conductas punibles de este o aquél, e indecibles bellaquerías que pueblan sus mentalidades anti-ilustradas. 

Con ánimo cientificista se escribe: “4.2.2. Ser profesor universitario. El profesor universitario (Boyer, 1990; Knight, 2002; Bain, 2004; Gros y Romaná, 2004; Argüello, 2009, 2010) es un profesional académico (Uricoechea, 1999; Mondragón, 2005; Ortiz, García y Santana, 2008; Parra Sandoval, 2008) que actúa como líder académico (Macfarlane, 2012) en las Instituciones de Educación Superior, a su vez que se desempeña como intelectual (Said, 1996; Follari, 2008) con su ser y hacer (Rovira, 2007) en el tránsito entre intelectual y académico (Le Goff, 1985)”. “Obra monumental” que invoca a Le Goff sobre “los intelectuales en la edad media”, y en efecto, evidencia que peor no pudo ser comprendido el tema. Sin mencionar que se citan “obras consagradas” al asunto de uno de sus coautores. 

Estas y otras desventuras pasan por la vida universitaria, y podríamos seguir observando gazapos y bribonadas academicistas. Pero creo que es suficiente, comunidad universitaria, este ajuste de cuentas, ante el propósito de mostrar la pobreza moral e intelectual de nuestra UT, impunemente en manos de una mentalidad de gamonales y anti-ilustrados. 

Referencias

• Freud, S. 2011. Obras Completas, 3, 1916-1938, Ensayos XCVIII-CCIII, Editorial El Ateneo. 
• Fromm, E. 2007. Del tener al ser, Paidós. 
• Gutiérrez-Girardot, R, 2006. Tradición y ruptura, Debate, Bogotá.
• Gutiérrez-Rodríguez, J. 1961. De la pseudo-aristocracia a la autenticidad: psicología social colombiana, Ediciones Tercer Mundo.
• Gutiérrez-Rodríguez, R. 1990. ¡Doctor¡ Algunas tendencias de la cultura colombiana, del letrado al gamín y el colono, Spiridon, Bogotá. 
• Hobsbawm, E. J. 1983. Rebeldes primitivos, Ariel. 
• Jaramillo, R. 1998. Colombia la modernidad postergada, TEMIS.
• Martínez, A. 2011. Una aproximación a la recepción en Colombia del liberalismo y el utilitarismo europeo, y la interpretación del reformismo religioso francés a finales del siglo XIX en El Líbano, Tolima, En: Ideología y política, Academia de Historia del Tolima.
• Meny, J & Thoenig, J. C. 1992. Las políticas públicas, Ariel.
• Sánchez, G & Meertens, D. 2006. Bandoleros, gamonales y campesinos, Punto de Lectura.

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