Café: Crónica de muchas muertes anunciadas

|Por Diana Ayala|

Esta quisiera ser una crónica artística, sobre cualquier banalidad venida a menos en las eróticas solares de mis contertulios cotidianos. Sin embargo, me resulta imposible dirigirme a públicos tan excelsos y amargos ya que se me antoja dramático un país en el que las muertes anunciadas de diversos gremios y sectores productivos, fueron anunciadas tras décadas de pésimas políticas públicas.

Hoy los Caficultores de este país pluridiverso, multicultural y democrático, nos relatan los dolores de una nación fallida, de una democracia de papel, de una oligarquía indolente y prebendataria. Hoy es el drama de ellos, tan nuestro como los días cotidianos, aquellos que inauguramos con una taza de café.

El relato viene de mucho tiempo atrás, quizás en los albores de la constituyente del 91; quizás en las dinámicas del cambiante y globalizado mercado mundial de los 80’s. Sin ubicarnos en la antípoda de nuestro existir, esta crónica viene relatada desde los días que fracasamos como construcción política y nos advocamos al librecambismo, sin más autonomía que el empréstito solidario de corporaciones mundiales ajenas a nuestras forma de existir y de ser, en este territorio colombiano tan original y exuberante.

Este relato se nos sintetiza en el decreto de la Federación Nacional de Cafeteros que jerarquizó las economías domésticas de un sinnúmero de familias colombianas en zonas óptimas de producción del café, consecuente correlato de zonas marginales de producción. Entre éstas últimas se encuentra mi pueblo, un pequeño municipio alejado en las montañas del norte tolimense, tan cafetero, que parece caldense. Mi casa, mi familia, mi contexto: todo bordeado de la flor del café, la chapola y la ‘traviesa’.

Allí la asistencia técnica del Comité Municipal de Cafeteros, desapareció virtualmente hace más de dos décadas, todo porque en ella la ‘traza’ y la ‘taza’ del café, no ‘satisfacian las necesidades del consumidor externo’, siempre tan externo a nuestros hábitats, a nuestras formas de existencia. El Líbano es la síntesis y el resultado de las disposiciones espontáneas de las directivas de una Federación de Cafeteros que desconoce la intimidad propia de la actividad caficultora.

Hoy lo que fuera mi casa, mi realidad, se ha convertido en estandarte de los títulos mineros que con su idiosincrasia, han desplazado las actividades agrícolas del campo y a las gentes naturales de la ciudad. Hoy se cometen en mi municipio los más atroces crímenes ambientales, de hacienda y de territorio, a nombre de locomotoras y progresos que no nos cuentan como pasajeros.

A cambio, el municipio de Garzón, en donde por primera vez ejercí mi ecuestre título nobiliario de socióloga, allí, se sintetizan las crónicas de las muertes anunciadas tras las erradas cuitas administrativas de la institucionalidad cafetera. Como sabrán, el Huila se proyecta hace ya un buen tiempo, como una nodo energético en el que petroleras e hidroeléctricas llenarán las gentes de sonrisas, cachuchas y conferencias de sostenibilidad y emprenderismo. El municipio de Garzón ha sido cafetero desde los inicios del siglo XX y a pesar de no existir LA cultura del café --por lo menos no aquella que premia la Onu-- sus pobladores se han acostumbrado a las condiciones plásticas de un cultivo que siempre les sostuvo y les dio comodidades. La caficultura que hoy en día se desarrolla en el Huila, es una caficultura fundamentada en la dinámica de casas comerciales de agroinsumos y en torrefactoras detentadoras del ‘paladar del consumidor externo’.

 Sus Caficultores, generalmente propietarios de tres o cuatro hectáreas de café, viven según las condiciones de las buenas prácticas agrícolas, la trazabilidad del grano, los ánimos del comercio internacional y el comprador particular, quien siempre compra todo a su amaño. Entre esta trama, en la amalgama de las plurinstitucionalidades, Comité Municipal y Cooperativa Central de Caficultores del Huila, subsisten. Todo se mueve al tenor del día, al Acuerdo de Prosperidad Cafetera del fin de semana, al talente e ingenio de la directiva nacional de turno, a las metas económicas de los agroinsumos trasnacionales.

Hoy el municipio de Garzón es la síntesis de la actual crisis de territorio en la que estamos profundamente sumergidos y aún, tan omnubilados. Es el reflejo de políticas irracionales y poco "nacionalistas" de las actuales administraciones. Garzón es el ecocidio hecho municipio y es una crónica de muchas muertes --físicas, ambientales, morales y sobretodo, culturales-- anunciadas. Allí al segundo día de paro y acciones por parte de los caficultores, se acabaron las reservas de gas natural. Las distribuidoras de gasolina están cerradas. El toque de queda es inminente en la zona urbana del municipio y la confusión es total entre los pobladores.

Se nos hace ya común, el hecho por el cual, cuando la gente protesta por causas más o menos justas, el que una serie de ‘elementos ajenos a la movilización’ venga con todas sus contradicciones estructurales y fisiológicas a tomar las banderas de la protesta para saquear, violentar, maldecir y calumniar, al mejor estilo de un bogotazo nostálgico. En este ‘garzonazoo’ ya se trabaja a puerta cerrada, se teme y se rumora, que los caficultores prenderán fuegos a las instalaciones de Coocentral y del Comité de Caficultores; ya se ve en la horca a gerentes y directivos, a los ingenieros de la asistencia técnica. Se blasfema que estos caficultores, adoratrices de la virgen como de los empleadas de Coocentral, serían capaces en medio de la frustración económica y social, de calcinar lo que con su dinero han construido. Es el terror de la protesta sin organización y la desesperanza de sabernos siempre baldíos en nuestros esfuerzos, los que a los habitantes de Garzón confunden.

Mientras tanto, desde mi cómoda habitación manizaleña, disfruto de la capital, cuna de todas las jerarquías cafeteras. Casi que como fisióloga vegetal del Crece o de Cenicafé, me siento tan a mi gusto en mi pequeño ordenador a permitir este baile poco erótico de los dígitos. Como académica, me sé a mi gusto opinando de un tema que debería serme ajeno, si no fuese por el snob renovado de los lugares en que he habitado. Eso son las capitales del eje cafetero: centros snobistas que viven de recursos de paisajes que han perdido, de culturas tradicionales y hurañas, ajenas a las realidades de la mayoría de habitantes de la media montaña andina de este país.

Así, como en el Líbano, el ESMAD se permite violentar a mis coterráneos caficultores, incluyendo concejales y personero municipal, así exijo que se manifiesten en el Recinto del Pensamiento o en las instalaciones de Café Liofilizado de Colombia. Con tanta vehemencia requiero que se repriman las relaciones comerciales de Federación Nacional de Cafeteros con Nespresso, Starbucks e Illy café. Con esta misma osadía requiero que se exija el desalojo de los canales de comercialización de la urea y de los fertilizantes, ahora impagables para nuestros Caficultores.

¿Merece pues señores ciudadanos, dirigentes políticos, direcciones gremiales, fuerza represiva absurda e indolente, que se desaloje una carretera a costa de las economías domésticas deplorables y de las pieles de nuestros caficultores?

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