Los Pantagoros, el pueblo indígena del Norte del Tolima que prefirió batallar hasta su extinción


Restituir la memoria de los Pantagoros y destruir las representaciones públicas de cualquier bellaquería cometida contra indígenas, campesinos, estudiantes, o líderes sociales, será parte del libre discurrir de las luchas sociales, y creo que ya es inevitable.


| Por Alexander Martínez Rivillas |

 

En ningún currículo del Tolima y mucho menos del país se nos habla de los Pantagoros (o Pantagoras). Eran un conjunto de clanes o tribus distribuidas en aldeas al norte del Tolima y sur de Caldas. La mejor fuente histórica de su existencia está en las crónicas de Pedro de Aguado que, curiosamente, le dedicó varios capítulos a la descripción de su sistema de parentesco, de su régimen alimentario, de sus tipos constructivos y, por supuesto, a la epopeya de su resistencia ante la expedición española que incursionó en sus territorios.

 

La guerra contra los Pantagoros se desarrolla a mediados del siglo XVI, y hay una batalla en particular que quisiera comentar. En un lugar montañoso entre el Líbano y Fresno, los españoles se encontraron con una aldea de Pantagoros fortificada con enormes construcciones en madera. Le llamaron Palenques. E incluso, muchas aldeas contaban con estas obras de defensa, quizás por las exigencias mismas de las guerras intertribales. De hecho, estos grupos indígenas también fueron denominados como Palenques. 

 

El relato de Pedro de Aguado revela los detalles de la ciudadela. Más de 50 casas, que congregaban a más de 450 personas. Pantagoros bien organizados en la fortificación con flechas, guijarros, macanas y lanzas. Y un jefe guerrero siempre desafiante ante la avanzada española, desplegando un largo discurso. Les decía que volvieran a sus tierras, que no cometieran la osadía de invadir su suelo, y arengas que eran secundadas por su gente. Al parecer, el traductor al castellano era un Marqueton (hoy de Mariquita), un pueblo que fue rápidamente sometido. 

 

Al advertir que no serían derrotados fácilmente por los españoles, decidieron construir una "maquina" para romper el muro de madera. El arma fue construida por un mercenario que los españoles llamaban el extranjero. El invento resultó en otro fracaso y, finalmente, resolvieron prender fuego al poblado. 

 

Murieron algunos españoles en la incursión. Pero, ese día perecieron más de 450 Pantagoros. Madres unidas a sus hijos carbonizados. Otros se ahorcaron antes de morir entre las llamas, al encontrar sus cadáveres colgando de las vigas de sus bohíos. Los demás eran carne viva moribunda, o murieron chamuscados por las flamas. El horror fue tal que varios soldados españoles lamentaron la matanza. Mientras tanto fueron separando de las cenizas y los huesos el poco oro que había en el asentamiento. El saldo de la matanza fue de algunas libras de oro. Pedro de Aguado trata de precisar el peso quizás para mostrar la infinita inmisericordia y ambición que motivaron las expediciones españolas en las tierras precolombinas: 

 

“El remate y fin de este suceso fue que con todo el daño dicho, los soldados se dieron a buscar oro entre los cuerpos muertos y ceniza de los bohíos, y hubieron de ellos como cinco o seis libras de oro fino”.

 

Los mohanes o sacerdotes formados en la nación Pantagora eran elegidos desde niños por sus cualidades físicas y su vivacidad. Además de iniciarlos en los ritos y los saberes esenciales para obrar como jefe espiritual, eran sometidos a todo tipo de pruebas, como llevarlos al límite del agotamiento, de la privación de agua y alimentos, entre otros, para que forjaran esa personalidad recia e imperturbable, que luego era admirada por cada pueblo montaraz de Pantagoros, Pijaos y Amanies (localizados para el momento en Caldas). 

 

En pocos años exterminaron a todos los pueblos Pantagoros del Tolima y de Caldas. Y esa feroz resistencia fue apenas recordada durante la Colonia. La gesta se reseña brevemente en Lucas Piedrahita. Hoy se recuerda la guerra de los Pijaos, pero no se dice nada de las luchas de estos montañeros capaces de constituir sociedades igualitarias, tal como se puede inferir del relato de Pedro de Aguado. Se especula que algunos grupos familiares de Pantagoros subsistieron en las estribaciones del Nevado del Ruiz, y que sus mujeres se dedicaron a la herbolaria hasta principios del siglo XX, según testimonio de un habitante de Chinchiná. Hoy son inexistentes. 

 

De los Pantagoros no hay investigaciones en profundidad. En ningún nivel escolar del Tolima, y en ningún programa universitario de la región se ha dado cuenta de su existencia. No hay monumentos en su memoria, o en reconocimiento de su heroísmo insobornable, ni siquiera una breve descripción de su región de influencia, de sus ceremoniales, de su mito de la creación, entre otros detalles expuestos en la obra de Aguado.

 

Demoler monumentos que exhortan al conquistador español seguirá siendo la expresión política de fuerzas indigenistas o no, que presionan desde abajo para destruir toda cosmología que le dé sentido a la inferiorización y obediencia automática de la base social frente a las élites sociales colombianas. Restituir la memoria de los Pantagoros y destruir las representaciones públicas de cualquier bellaquería cometida contra indígenas, campesinos, estudiantes, o líderes sociales, será parte del libre discurrir de las luchas sociales, y creo que ya es inevitable. 

 

Profesor Asociado de la Universidad del Tolima.


Ilustración tomada de América Pintoresca

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