El uso de la filosofía para “atracar” a la gente en Colombia: notas de una historia del siglo XIX


 | Por Alexander Martínez Rivillas* |

Varios historiadores del pensamiento colombiano (véase “Francisco de Santander y la universidad pública”, en: la Revista Universidad Nacional de Colombia, quinta época, septiembre de 2020), por decirlo de algún modo, se obsesionaron, en los último años, con la empresa de buscar esos destellos de filosofía moderna entre nuestros más reputados intelectuales, ensayistas, o gramáticos, del siglo XIX. No entiendo bien la intención de la empresa. Quizás podamos atribuirle a Caldas, Ancízar, Rojas, o Uricoechea, cierta comprensión de algunas premisas del idealismo alemán, del empirismo inglés, o del materialismo francés de la Ilustración. Pero, en mi opinión, solo fueron vagos comentarios.

 

En aquellos “naturalistas” o “ensayistas”, solo se pueden percibir los tonalidades filosóficas o fisicalistas de Aristóteles, de Hipócrates, de Heródoto, de Estrabón, de Lucrecio, o del tomismo. A lo más reverberan algunas ideas de Varenius, de Montesquieu, o de Rousseau, en muchos casos mal comprendidas, por demás. Nuestros intelectuales de ese siglo tuvieron un contacto casi que mecánico con los modelos científicos francés y alemán, pero, con una precariedad reflexiva en el plano filosófico, o sea, respecto a las visiones de mundo que latían bajo sus aparatos conceptuales e institucionales que, hoy mismo, me parece inconcebible. De hecho, el acceso a Platón y sus comentaristas fue realmente muy limitado, lo que hizo imposible la instalación de “tipos intelectuales” (para usar una expresión de Gutiérrez Girardot) mucho más dialécticos y sistemáticos en los razonamientos de las cosas complejas (bien, verdad, justicia, eutaxia, etcétera). 

 

Miguel Antonio Caro creyó refutar a Bentham escribiendo que era un error que hubiese prescindido del principio universal del “bien divino”. Rafael Núñez decía que la ciencia era una “escala vacilante en que pasamos de un error a otro” (Jaime Jaramillo, 2003). Los ataques escolásticos de estos pensadores al liberalismo utilitario y al problema de los “particulares” y los “universales” en la ciencia, son realmente vergonzosos. Casi toda su descarga retórica sobre la filosofía moderna obedeció a una pura arrogancia burocrática y teológica.   

 

El interés principal de Santander de divulgar a Bentham y Tracy (1832-1837), lo que se oponía a los planes de Herrán (1841-1845), era neutralizar la influencia de los curas sobre la “masa electoral” (Malcom Deas, 2006). Nunca fue el debate autentico del utilitarismo, lo que se comprueba con su indiferencia total frente a su filosofía política, la cual exigía unos mínimos igualitarios, y era consciente de los beneficios que se obtenían de un pueblo que hacía resistencia, y que no solo se limitaba a obedecer (Bentahm, 1776). Nada más contrario a lo que pensaba y hacía Santander.

 

Rufino Cuervo, no sobra recordarlo de nuevo, padre del gramático Rufino José, y obseso ideólogo del conservatismo colombiano, se hizo adjudicar la “democrática” suma de 20.000 has de baldíos (José Gutiérrez, 1990). Anteriormente, Santander había hecho lo propio con más de 3.000 has en la región de los santanderes (Hermes Tovar, 2014). Herrán y Santander no se disputaban ideológicamente la “conservatización” o  la “secularización” de la vida de los colombianos, usaban las filosofías modernas o la escolástica disponibles (daba igual) para justificar retóricamente y luego encubrir el robo de los bienes públicos (los cientos de decretos que expidieron sobre su aparente desprendida misión lo evidencian). Como escribió Hermes Tovar al respecto: actuaban bajo el lema: “la bolsa o la vida”.    

 

Unas pocas filosofías modernas fueron empleadas por estadistas e intelectuales colombianos del siglo XIX, para construir las imposturas y simbolizaciones del letrado que siempre descrestaron a nuestras desescolarizadas élites sociales e intimidaron al pueblo llano. No creo que esto haya cambiado a hoy, cuando veo al “crimen organizado”, esto es, el “Estado” de Duque, invocar la obra de Nussbaum, o de Habermas, para enmarcar cualquier medida de gobierno que, casi siempre, termina en otro desastre.   

 

(*) Profesor Asociado de la Universidad del Tolima.

 

Imagen de referencia: Un provinciano conduciendo a su hijo al colegio. Acuarela de Ramón Torres Méndez, ca. 1850. Litografía de Víctor Sperling, Leipzig, 1910. Colección Banco de la República, Bogotá.

Publicar un comentario

0 Comentarios