Bucles endiablados en las ciencias


 Hay bucles materiales irreductibles o imposibles de domesticar con los “signos”, los cuales son, como se decía en épocas arcaicas, meros “rasguños” sobre maderos.

 

| Por Alexander Martínez Rivillas* |

 

Hay muchos bucles lógicos propiciados por los “engaños” del lenguaje mismo. Pero, también hay bucles en aquellos casos en que lo real (sensible) se resiste en superar esos círculos de retroalimentación desesperante. Los que hayan corrido un lápiz por la “cinta de Möbius” por primera vez (una cinta de “papel” que se tuerce una vez y se pega por las puntas), verán lo contraevidente que es llegar al mismo punto de partida. Tampoco podemos ver, por obra de nuestra propia percepción, el proceso de impresiones de nuestras células fotosensibles hasta terminar en la imagen mental que obtenemos del mundo exterior. No podemos escuchar la actividad interna misma del oído cuando recibe esas complexiones del aire o el sonido mismo. No podemos percibir el “gusto” de las papilas “gustativas mismas”. Nos es imposible sentir el complejo nervioso mismo que opera en toda excitación que desencadena el tacto cuando acariciamos algo. Nos es imperceptible el “olor” de todos esos humores y órganos que intervienen en el proceso de oler una fragancia. Vivimos en una especie de “caja negra” que no puede entenderse a sí misma, y quizás, solo quizás, debamos conformarnos siempre con la compresión de su interior, solo cuando un observador externo nos dice: eso sabe a esto, huele a aquello, se siente como esto, o se ve así.       

 

Las paradojas lógicas, como la de Epiménides (no se puede saber si este cretense dice la verdad cuando afirma que “todos los cretenses son mentirosos”), y de la cual Foucault hizo una desesperada interpretación en el “Pensamiento del afuera”, son juegos escolares al pie de los bucles que nos presenta la realidad exterior, como en los casos anteriores. Aquellas introspecciones “fisiológicas” serían imposibles, y estaríamos condenamos a que ese “otro” nos diga (con pretensiones de verdad, y solo pretensiones) qué pasa en nosotros mismos. Por lo mismo, me sigo resistiendo a que algo como la luz sea considerado al mismo tiempo de naturaleza corpuscular y ondulatoria, o que existan acciones “mágicas” a distancia entre esas pequeñas partículas que se estudian en la física de lo cuántico. Hay algo en nuestra percepción, o en el fenómeno mismo, que nos engaña, y en lugar de tratar de entender ese proceso, mejor optamos por renunciar a la constatación de lo “invisible”. Hoy, varios científicos se alinean con esta visión escéptica, por considerar que aquellas tesis “paradójicas” son más o menos mágicas en sus consecuencias.       

 

Hegel insistió en la “Fenomenología del espíritu” que, la matemática era una “ciencia muerta”, incapaz de absorber los movimientos de las ideas y de las cosas. La identidad A=A, era una mera tautología para el mundo de lo muerto o de las sensibilidades primarias (o sea, de las puras apariencias). Como dice Félix Duque: un granito de arena en la cima de una montaña no es 0 dividido por una cantidad grande (Q), que luego reduzco al cociente de 0, es algo más que eso para Hegel. Brevemente, los infinitesimales son una engañifa, lo mismo que todo “salto” al infinito en la matemática moderna. Un engaño de la percepción (ese granito de arena “despreciable”), que es también un engaño en el pensamiento mismo, es uno de los fundamentos de la ciencia moderna (“mentiras útiles”, como decía Nietzsche, para resolver asuntos prácticos, vale aclararlo).} Al no poder cerrar el bucle en lo real (exterior o perceptible), el científico creó, artificiosamente, el bucle lógico de 0 por Q es igual a 0. Hay bucles materiales irreductibles o imposibles de domesticar con los “signos”, los cuales son, como se decía en épocas arcaicas, meros “rasguños” sobre maderos. 

 

(*) Profesor asociado de la Universidad del Tolima.

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