Escisión de partido de izquierda fragmenta espectro político en Colombia, posibilitando reinvención del establecimiento para elecciones en 2022


Se abre entonces otro capítulo en la intrincada y pugnaz realidad política colombiana que tendrá su punto culminante en 2022 cuando se elija al nuevo inquilino de la Casa de Nariño.

| Por: Fernando Arellano Ortiz / Cronicon |

El frágil proceso de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la insurgencia de las Farc concretado en los acuerdos suscritos en 2016, no obstante que no han sido implementados por la obstinación de la ultraderecha liderada por el cuestionado exmandatario Álvaro Uribe Vélez, dejó prácticamente sin discurso al denominado establishment que históricamente ha gobernado a Colombia.

Un establecimiento corrupto, decadente, caracterizado por su tesitura de derecha y obsecuencia frente al hegemón estadounidense que durante los 200 años que ha expoliado el aparato estatal colombiano, ha gobernado dividido aunque logrando cimentar eso sí una malhadada estructura endogámica.

Se puede sintetizar que esa estructura amalgamada por los partidos tradicionales Liberal y Conservador que se han repartido al Estado como botín durante el decurso político colombiano devino a finales del siglo XX en un régimen mafioso que por un lado se alío con los carteles del narcotráfico, y por otro, terminó sofisticando la “acumulación por desposesión” para usar el término ilustrativo del geógrafo británico David Harvey, al poner en marcha el criminal modelo económico neoliberal, con el cual se ha desconocido casi por completo los derechos sociales al pueblo colombiano, expoliando la riqueza del país.

Si bien en líneas generales el establecimiento colombiano ha tenido una constante si se quiere ideológica en el sentido de privilegiar los intereses del gran capital y de los terratenientes, la defensa del statu quo, su adscripción a la doctrina réspice polum (mirar hacia el norte) que no es otra que la sumisión frente a Estados Unidos, formulada en el primer tramo del siglo XX por un conservador místico pero al mismo tiempo codicioso como Marco Fidel Suárez que fue canciller y presidente de la República, su tránsito en pos de esquilmar a la nación y aprovecharse de manera criminal del aparato del Estado, lo ha hecho de manera dividida, fragmentada.

En efecto, a finales de los años 50 y después de varias décadas de un enfrentamiento fratricida, liberales y conservadores acordaron lo que se puede catalogar como una ‘dictadura pactada’ que denominaron Frente Nacional, en virtud de la cual se repartieron el poder entre ambos bandos durante 16 años (1958-1974), excluyendo de manera absoluta del acceso a los cargos de elección popular y puestos del Estado a todo sector político o individuo que no perteneciera a una de esas dos banderías. Se entronizó, en consecuencia, el pensamiento único y a toda voz discordante o disidente se la estigmatizaba y proscribía. Es en ese periodo en que nacen las guerrillas, no solo por la exclusión política sino por las inequidades sociales y la negativa de la dirigencia política bipartidista a realizar las reformas estructurales que requería en ese entonces y que sigue reclamando ahora la sociedad para mitigar la desigualdad obscena que exhibe la nación colombiana.

Cuando se creía que el país tendría un nuevo amanecer con la expedición de la Constitución de 1991, el bipartidismo (sustento del establecimiento) que se fraccionó en varios sectores políticos de derecha y ultraderecha se vio contaminado por la influencia del narcotráfico, pues varios de sus más connotados dirigentes terminaron pactando con los capos de los carteles de Cali, Medellín y el norte del Valle, entre otros.

De la derecha ‘light’ a la ultraderecha recalcitrante


Tras el escándalo de ingreso de dineros del cartel de Cali a la campaña presidencial del mandatario Ernesto Samper Pizano (1994-1998), logra llegar al poder un heredero de una casa política del conservatismo, el locutor de noticias del telediario de propiedad de su familia, Andrés Pastrana Arango, quien había sido alcalde de Bogotá, cargo que ocupó sin pena ni gloria. Con el discurso de consecución de la paz con la insurgencia de las Farc se instala en la Casa de Nariño, empero el proceso de negociación fue un total fracaso, en parte porque este gobierno conservador jugaba con las cartas marcadas: mientras proclamaba su intención de concretar un acuerdo con el grupo guerrillero, al mismo tiempo, entregaba de manera descarada la soberanía del país a Washington suscribiendo un vergonzoso proyecto contrainsurgente, disfrazado bajo la falacia del combate contra el narcotráfico, conocido con la denominación de Plan Colombia.

La frustración y desilusión que generó en la sociedad colombiana el gobierno de un fatuo mandatario conservador como Pastrana Arango, dio lugar a la irrupción de un dirigente de la ultraderecha proveniente de un departamento ultraconservador como Antioquia, de donde venía de ser gobernador: Álvaro Uribe Vélez.

De una derecha ‘light’, caracterizada por su estulticia, Colombia pasó a ser gobernada por un representante genuino de la ultraderecha, líder de esa clase emergente surgida gracias a los oscuros negocios y las tratativas con los nuevos ricos, los terratenientes tradicionales, y los caciques electoreros de las regiones.

Como defensor acérrimo del terrateniente premoderno que logró acumular poder económico y su representante político más genuino, Uribe Vélez, se consolidó como el líder más importante de la ultraderecha en Colombia, logrando imponer a su pupilo Iván Duque Márquez como mandatario para el periodo presidencial 2018-2022, cuya principal tarea es hacer “trizas” el acuerdo de paz suscrito entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la entonces insurgencia de las Farc.

Un acuerdo de paz como éste que proyecta una reforma rural integral enfocada a democratizar el acceso a la tierra en Colombia, (elemento causal de la violencia en este país), garantizar mínimos derechos a los sectores de oposición y la reparación a las víctimas del conflicto (léase devolución de tierras despojadas por paramilitares a millares de campesinos) va en contravía de los intereses que defiende un dirigente político premoderno con concepción feudal como Uribe.

La ultraderecha y el establecimiento colombiano se quedan sin narrativa


Este controvertido dirigente antioqueño con demostrados nexos con el narcotráfico e impulsor de las bandas paramilitares logró obtener audiencia y consolidar su liderazgo gracias a que cabalgó sobre la necesidad de la mano dura contra la insurgencia y su propósito de guerra arrasada, discurso que amplios sectores de la sociedad colombiana apoyaron y aún respaldan. Además su mensaje pendenciero vino a complementar la narrativa contrarrevolucionaria que el establecimiento colombiano instauró por más de medio siglo.

Con el proceso de paz el Gobierno de Santos sin proponérselo puso en cuestión ese relato, de ahí que Uribe al retornar al poder en 2018 con su pupilo Iván Duque busque “hacer trizas” no sólo el Acuerdo, sino reintroducir la idea de que en Colombia nunca hubo conflicto sino un ataque terrorista.

Para desgracia del uribismo y la ultraderecha, el proceso de paz borró de tajo la narrativa que había construido el cuestionado exmandatario y es por eso que el Gobierno de Duque trata de reinstalar ese relato.

Al rescate del caduco establecimiento que se quedó sin discurso


Así como el uribismo se quedó sin discurso y el descrédito del Gobierno de Duque cada día crece de manera exponencial, además porque se comprobó que para ganar las elecciones presidenciales recurrió a la compra de votos en varias regiones del país, gracias a aportes de algunos de sus aliados narcotraficantes, el resto de sectores que hacen parte del establecimiento colombiano también se encuentran huérfanos de narrativa.

Esos sectores del establishment se caracterizan porque están en franca oposición a Duque y por supuesto, contra el cuestionado expresidente Uribe, actualmente en prisión domiciliaria. Coinciden, eso sí con el uribismo, en que adversan con ahínco al líder de los sectores alternativos, el actual senador Gustavo Petro Urrego, quien en la segunda vuelta presidencial de 2018 obtuvo más de 8 millones de votos.

Para enfrentar tanto al uribismo como a Petro, estos sectores del establecimiento que son conservadores y de clara estirpe neoliberal se autocalifican de “centro” y propalan la matriz según la cual Colombia se encuentra “polarizada” y por lo tanto hay que buscar una “tercera vía”, como diría el exprimer ministro británico y criminal de guerra Tony Blair.

A Petro lo etiquetan para estigmatizarlo como de “extrema izquierda” y por supuesto al uribismo lo tildan de “fascista” (que es en definitiva lo que es) para “vender” la idea según la cual lo que requiere el país es una alternativa de “centro” que despolarice el ambiente político y se retorne a la posibilidad del “entendimiento” o la “unidad nacional”, falacias que la derecha ha convertido desde 1930 en eslóganes electorales que les ha dado resultado para espoliar los recursos del Estado por parte de la coalición gobernante de turno.

En ese supuesto “centro” político que se disfraza de “socialdemocracia”, la cual para el caso europeo terminó traicionando sus principios y convirtiéndose en una tendencia más de la derecha (como lo explica de manera muy atinada el autor anglo-paquistaní Tariq Alí en su libro El extremo centro), se ubican en primer término el expresidente neoliberal Juan Manuel Santos; los potenciales aspirantes presidenciales de corte neoconservador Sergio Fajardo Valderrama, exgobernador de Antioquia y exalcalde de Medellín; Alejandro Gaviria Uribe, exministro de Salud y actual rector de la Universidad de los Andes (el principal centro de estudios privado del país de corte neoliberal y propalador del enfoque hegemónico estadounidense); la alcaldesa de Bogotá, Claudia López Hernández; el partido Alianza Verde con uno de sus principales líderes el exguerrillero del M-19, exministro y exgobernador de Nariño, Antonio Navarro Wolf, hoy autoconvertido en moderado; el exnegociador del proceso de paz y exministro Humberto de la Calle Lombana; y varios exdirigentes del Partido Liberal que se desafiliaron al terminar controlado por el impresentable expresidente César Gaviria Trujillo, padre del neoliberalismo en Colombia.

A este sector que buscan darle consistencia político-electoral poderes fácticos como el Grupo Empresarial Antioqueño, industriales de la caña de azúcar del Valle del Cauca, y no pocos medios tradicionales de comunicación, se va a terminar uniendo el supuesto sector de izquierda Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR) que lidera el senador del partido Polo Democrático AlternativoJorge Enrique Robledo Castillo.

El MOIR terminó siendo “un oportunismo de derecha”se lamenta Omar Ñáñez Camacho, uno de los fundadores de este mini-partido que “hoy parasita el Polo Democrático”, una colectividad de clara estirpe de izquierda.

Este movimiento fundado en 1969 por Francisco Mosquera Sánchez, destaca en su proceso histórico dos etapas, señala Ñáñez Camacho. La primera que va desde su creación en la ciudad de Medellín hasta 1977 cuando se involucra a fondo en las luchas sociales del país, reivindicando los derechos de la clase obrera y exhibiendo un claro discurso de izquierda. De ahí en adelante, agrega este exdirigente de esa formación política, hay un retroceso, pues se convierte en un palo en la rueda de todo proceso unitario de las fuerzas alternativas de Colombia, haciéndole el juego a la derecha.

Al llegar el MOIR como tendencia al Polo Democrático Alternativo no obstante que era minoría, logra controlar el aparato del partido y paulatinamente solidificarse como el principal sector, con una votación sin precedentes en su historia electoral. En los comicios de 2018 esta tendencia le aporta al Polo dos senadores y un representante a la Cámara, gracias al liderazgo de Robledo.

Para la segunda vuelta de los comicios presidenciales de ese año, el MOIR al no clasificar su candidato, el conservador Sergio Fajardo, optó por el voto en blanco y rechazó de plano apoyar la aspiración alternativa de Petro.

Giro a la derecha


Si se tiene en cuenta que para el MOIR, un grupo político de extracción maoísta, el sujeto político en Colombia para avanzar en la transformación socioeconómica del país reside en la burguesía nacional, es comprensible que ahora gire a la derecha y vaya a engrosar este sector que se disfraza de “centro” con miras a enfrentar el reto electoral de 2022.

Para ello, y no obstante ser mayoría al interior del Polo, ha entrado en negociaciones con sus actuales compañeros de partido para determinar los términos de la escisión del mismo, una figura que contempla la ley electoral, habida cuenta que el MOIR, al igual que su socio político, Sergio Fajardo, se niegan a ir a una consulta popular con Petro para la escogencia del candidato presidencial del sector alternativo en la próximas elecciones.

Además, Robledo, quien ya anunció su precandidatura presidencial no encontró respaldo alguno a su aspiración al interior del Polo Democrático, pues todos sus colegas congresistas que lideran distintas tendencias o están con Petro, caso el senador Iván Cepeda, o impulsan la idea de realizar una consulta abierta para la escogencia del aspirante presidencial, para la cual incluso, han invitado a participar a sectores del autodenominado “centro” como liberales y el partido Alianza Verde.

Recomposición del espectro político.


Si el Congreso Nacional del Polo Democrático que se tiene previsto convocarlo para antes de finalizar el presente año oficializa la escisión del partido, para lo cual se ultiman las negociaciones internas, el espectro político colombiano para los comicios tanto parlamentarios como presidenciales del 2022, verá surgir una nueva fuerza que si bien está signada por ideología de derecha, tendrá un barniz de progresista con el aporte del MOIR. Se catalogará de “centro” y tendrá posibilidades de llegar a la segunda vuelta en la carrera por la Presidencia. De esta manera, el establecimiento colombiano que adversa tanto al uribismo como a Petro, logra reinventarse, aunque habrá que esperar con qué narrativa se presenta, pues a una sociedad que apenas estará saliendo de las consecuencias de la pandemia no se le puede salir con el argumento de que el país está polarizado entre dos extremos y que el camino es el de los “tibios”, es decir, el del centro. Además que camuflarse bajo la etiqueta de “centro” es un infundio y un oportunismo para acercarse o a la derecha o a la izquierda de acuerdo con las circunstancias. En la Ciencia Política hasta ahora no ha sido posible definir el “centro”.

Históricamente, como dice el profesor español y cofundador de PodemosJuan Carlos Monedero, no hay referente de quien haya muerto por una causa política, gritando: ¡Viva el centro!

La narrativa del centro     

  

Lo interesante de la reinvención del establishment colombiano mediante su infundio de que mediante la opción centrista va a sacar de la profunda crisis institucional y moral en que se encuentra el país con un aliado como el MOIR y en el que seguramente confluirá el sector que lidera Juan Manuel Santos, (quien de paso podrá lograr financiación internacional del especulador George Soros para este nuevo actor político), será conocer su narrativa. Es decir, la propuesta programática que le presentará a una sociedad desesperanzada y maltratada socioeconómicamente como la colombiana. Ya no solo basta con ofrecer la implementación de los acuerdos de paz que el Gobierno de Duque ha dejado en el congelador sino que deberá anteponer argumentos para contrarrestar la propuesta de amplio calado social que viene planteando Gustavo Petro con temas esenciales entre otros como la implementación de una Renta Básica Universal; la transición de combustibles fósiles por energías renovables para mitigar el impacto de la crisis climática; la puesta en marcha de una reforma pensional y de salud; la garantía de la gratuidad en la educación en todos sus niveles y el mejoramiento en su calidad; y la implementación de la reforma agraria integral, actualmente aplazada.

Se abre entonces otro capítulo en la intrincada y pugnaz realidad política colombiana que tendrá su punto culminante en 2022 cuando se elija al nuevo inquilino de la Casa de Nariño.