De Ciclos y RocknRoll


| Por: Camilo Naranjo |

Ese sábado en la tarde debía ir a la Universidad del Tolima para una muestra de sangre, me horrorizaba pensar que me iban a extraer el líquido rojo que corre por las venas, pero era requisito para el ingreso así que hice una larga y tediosa fila. Entre esos candidatos a desangrarse había uno que me llamó la atención, uno de cabello largo y rojo que tenía una guitarra enfundada en su espalda, me le acerqué y le pregunté sin pena si le gustaba el rock,  a partir de ese momento empezó una gran amistad que ha perdurado hasta el presente. Camilo Riaño es su nombre, hablamos de bandas, de nueva y vieja guardia, quedamos de parchar e hicimos varias tertulias antes de entrar a clases, por simple casualidad íbamos a estudiar la misma carrera: Ciencias Sociales. Recuerdo que con él y Giovanni Méndez fuimos a un bar en el Centro Comercial La Quinta que se llamaba Acantilado, donde ponían muy buena música y tocaban bandas.

Ya entrado el primer semestre almorzábamos en el restaurante estudiantil, era más barato y nos gustaba, haciendo fila una y otra vez conocíamos gente y no teníamos que ir hasta la casa a cocinar.  Un día nos encontramos a Ledesman o Lemon, otro personaje de cabello largo y gafas redondas a lo John Lennon, rockero apasionado que nos dijo que él y su fiel escudero el mono Alex iban a proyectar la película Yellow Submarine de Los Beatles después del almuerzo, nos dijo que cayéramos al Aula Máxima que allá era el parche. Al entrar vimos que tenían un VHS y un televisor tan gigante como nunca había visto, vimos la película y salimos encantados con las animaciones complejas y el universo que allí se mostraba, las canciones y las situaciones fueron la mejor opción en varias cuadras a la redonda.

Con Camilo Riaño esperábamos para ver las películas después del almuerzo, pero lamentábamos que la actividad era intermitente y nosotros en ese momento estabamos ávidos de información musical, nos gustaban el cine, los videoclips y los videoconciertos. Entonces decidimos ir un día a la casa de Ledesman a decirle que nosotros queríamos hacernos cargo de la actividad y él generosamente estuvo de acuerdo. Ese día oímos rock en su casa como si fuera un ritual, como si nos pasara la llama encendida para darle perpetuidad a esa bella idea, al caer la noche salimos de su casa con la misión en mente: darle play a un cine club de rock en toda regla, lo que prometía una nueva etapa para El Ciclo Rockero.

Decidimos no cambiarle de nombre, nos gustaba y sabíamos que tenía potencial. En la Universidad teníamos que trasladar el VHS y un equipo de sonido de los 70s desde una pequeña bodega, Jaime Cuartas el señor encargado de Bienestar Universitario muy amablemente los prestaba. Cargábamos al hombro esos enseres, además de dos parlantes carcomidos por las polillas que usábamos para amplificar el sonido, porque el televisor gigante tenía quemadas algunas bocinas. Cruzábamos el parque Ducuara varias veces en esa quijotesca aventura, para poder llevar a cabo las funciones, la gente nos miraba y al principio se reían. Veíamos a algunos chicos divertirse jugando fuchi y a veces parábamos para tomar agua en un dispensador que siempre en tono de burla llamábamos ¡water, sun and funny! como el balneario de Melgar pero en inglés, nos aliviaba la sed y el calor de las tardes ibaguereñas..

Como si fuera la Naranja Mecánica de Anthony Burgess le cambiábamos el nombre a las cosas, nos burlábamos de todo lo que podíamos empezando por nosotros mismos, los no iniciados no lo entendían, pero estábamos en conexión con la identidad del Tolima Grande, hacíamos gala de la ironía y el sarcasmo, nuestro lenguaje se hacía refinado y nosotros le dábamos un toque de globalización a todo ello, muy al estilo noventero, como si se tratara de un antídoto para soportar el aburrimiento de una ciudad que pocas veces se ha preocupado por sus jóvenes, al punto de dejarlos al desamparo de sustancias legales e ilegales o de la vigilancia y control de las fuerzas policiales.


        Yo le comenté a mis profes de la carrera lo que estábamos haciendo, les mostramos los programas de mano que escribíamos, en ellos hablábamos de la historia del rock y de las influencias de las bandas, teníamos que indagar en internet pero para ese momento la conexión era una pesadilla, íbamos a la sala de sistemas de la universidad y pedíamos un equipo que nos prestaban máximo por una hora, y así leíamos detalles del video que íbamos a presentar,  también les comenté a mis profes que estábamos pensando en sacar una revista de la actividad, pero ellos en tono burlón querían que estudiáramos cosas serias. Luego encontrábamos los plegables en la basura y  aunque los invitábamos de forma insistente nunca aparecieron. Sin embargo, empezamos a conocer gente maravillosa, estudiantes como nosotros que iban religiosamente todos los miércoles a las 6:30 p.m. al Aula Máxima a nuestra comunión del rockanroll.

Antes de cada función, se entregaban los programas de mano, se presentaba el video y se ponía en contexto a los espectadores, la sala se iba llenando cada vez más, El material lo aportábamos nosotros en casettes de VHS y ante la escasez de estos, invitábamos a los asistentes a que trajeran el material que tenían en sus casas, era frecuente que pusiéramos una o dos canciones para amenizar el inicio de la actividad. En seguida del Aula Máxima estaba la sala de teatro, recuerdo que los actores en formación calentaban con la música que poníamos e improvisaban los parlamentos al ritmo cadencioso de las melodías, el profesor de teatro, Javier, era un bacán y él nos apoyó en nuestra aventura, nunca se molestó ni nos hizo una queja por los sonidos de Black Sabbath, Led Zeppelin, The Doors, Frank Zappa o Santana.

Para que la sala quedara con las luces apagadas era necesario que en la parte de afuera alguien bajara los tacos, de solo pensarlo ahora me muero de la risa, la actividad era precaria y en ocasiones las cosas no salían como esperábamos, pero el público era paciente y comprendía, a pesar de esos baches había algo bello ahí adentro, había mística, un espíritu nos acompañaba, estaba encendida la llama que Ledesman nos relevó aquella tarde en su casa.

Con todo el material que recolectamos empezamos a hacer programaciones semestrales, organizábamos los géneros y también nos turnábamos la presentación de los videos y la escritura de los programas de mano. Los asistentes más fieles se integraron a la actividad y eso le dio un gran impulso, hoy siguen siendo nuestros parceros, parece como si hubiéramos sellado con la distorsión de las guitarras eléctricas un pacto de amistad:  Jairo López, Milena Carvajal George, Roberto Bernal, Néstor Arroyo, Bones, Julián Perdomo, Mílver Chala, Leonardo Mora y Carlos Molina. Con éste último, años después y ya residiendo en Bogotá conformaríamos el dúo electrónico Deleplei. Molina estudiaba ingeniería Agro Industrial pero al elaborar las ilustraciones de los carteles de la actividad, que pegábamos por toda la U, se dio cuenta que lo suyo era el diseño gráfico y se fue a estudiar a Bogotá. De antemano pido disculpas si no incluí el nombre de alguna amiga o amigo que nos acompañó en esos cinco años de actividad constante, superan este escrito.

A los dos semestres de labor continua ya éramos un colectivo muy organizado y nadie dudaba para ese entonces que la actividad era rigurosa y tenía un público fiel. Las protestas del fuerte movimiento estudiantil de la época hicieron que el nefasto rector Israel Lozano dimitiera y llegó Ramón Rivera, quien para entonces parecía liberal y conciliador, llamó al movimiento estudiantil a un almuerzo en un reconocido restaurante de la ciudad y nos preguntó qué queríamos. Cada uno de los dirigentes estudiantiles hizo sus propuestas y con unos amigos de la carrera le dijimos que deseábamos una Vice rectoría de Desarrollo Humano, de hecho le sugerimos para ese cargo al gran pintor e intelectual Edilberto Calderón, profesor de dibujo técnico, pues considerábamos que él tenía todas las capacidades para generar un verdadero ambiente cultural que brillaba por su ausencia en la Universidad.

El nuevo rector necesitaba un márgen de gobernabilidad y accedió a la mayoría de nuestras solicitudes, sacaron al Ñoño, administrador del restaurante y famoso por dar carne con gusanos como en la revuelta del Acorazado Potemkin, también se ampliaron los cupos para estudiantes y lo que más nos interesaba en ese momento, se creó la Vice Rectoría de Desarrollo Humano y el cargo lo tenía Calderón. En ese entonces había un movimiento estudiantil en toda regla, dirigentes que leían y debatían hasta la madrugada, pero también estaban junto a ellos los infiltrados del DAS y un poco más soterrados los que hacían pedrea por deporte.

Calderón rápidamente supo leer lo que ocurría y apoyó todas las actividades culturales de la Universidad, el maravilloso cine club de Vicky, donde aprendí a querer a Bergman y a Pasolini, el grupo de música folclórica de Rosita que necesitaba nuevos instrumentos porque cueros y cuerdas hacían sonidos tristes, el grupo de teatro de Javier y por supuesto el Ciclo Rockero que ahora tenía un presupuesto semestral para poder conseguir material en VHS y en DVD.  Llamamos a la Musiteca en Bogotá y como magnates le pedíamos a Saúl que nos enviara vía fax todo el catálogo de Rock que tenía disponible en los dos formatos, eso era una maravilla, ver tantas bandas, tantos nombres para poder escoger. En Bogotá pensaban que estábamos estudiando en una isla utópica del rocknroll.

Recuerdo que presentamos grandes bandas como Nine Inch Nails, Skinny Puppy, Jimmy Hendrix, Rage Against The Machine, Talking Heads, King Crimson, B´52, Korn, Marilyn Manson, Deep Purple, R.E.M, Portishead, The Cure, New Order, Radiohead, el Magical Mistery Tour de los Beatles. En esa época y al amparo de la explosión del rock latino gracias al canal MTV, nos cuestionaba el hecho de que la mayoría de las bandas que pasábamos eran o norteamericanas o británicas, sabíamos que había una hegemonía musical y cultural que teníamos que empezar a develar, sin que esto implicara ir en contra del arte o de los artistas, no íbamos a hacer lo de Cuba: prohibir a los Beatles para luego tener que hacerle una estatua a John Lennon en el malecón, pero que esa reflexión sirviera para darle más visibilidad a los sonidos de esta parte del continente.  Fue así como decidimos presentar el Adiós Sui Géneris, conciertos de Charly García y Fito Páez, que conseguíamos en cintas de VHS en baja calidad que comprábamos con nuestro poco dinero en viajes que hacíamos a Bogotá, también pasamos el videoclip de Detrás de los cerros de Jaguares y un concierto de Soda Stereo de la gira del Ruido Blanco.

Era el final de la década de los 90s y muchas bandas de rock coqueteaban con la electrónica, veíamos en la televisión por cable el canal francés MCM, todos los viernes por la noche presentaban un programa denominado Total Electro, que nos deslumbraba con los videclips cinematográficos y de alta calidad de proyectos como Chemical Brothers, Fat Boy Slim o Propellerheads. Nosotros oíamos la frecuencia joven de la Radiodifusora Nacional de Colombia 99.1, hoy Radiónica. Nos encantaba un programa de jazz que había en las mañanas, Los Magos del Swing con Moncho Viñas a las 6 a.m, así madrugar a estudiar era una delicia. En ese entonces la emisora tenía programas de casi todos los géneros, menos de punk, incluyo este detalle a manera de queja tardía.

Estábamos presenciando una época de esplendor de la apreciación audiovisual en la Universidad del Tolima, había cineclubes todos los días: lunes de cine club Martinica con Juan Carlos Portela y Diego Zuluaga, martes de cine Latinoamericano, miércoles de Ciclo Rockero, Jueves del Cine Club de Vicky que era el institucional, Viernes de Ojos de Video Tape, conformado por Diego Zuluaga, Juan Carlos Portela y Carlos Armando Castillo, ellos preferían el parque Ducuara para sus proyecciones. También los viernes había uno de peliculas de animación japonesa,  y los sábados de Cine Club Mutante, que sacaron el cine de las aulas y lo presentaban al aire libre, allí Carlos Armando Castillo, Fenyt Barrero, David Juez y Diana Chacón, entre otros amigos, presentaban películas mudas y las amenizaban con bandas sonoras de grupos Avant Garde. La gente de la ciudad de Ibagué inmersa en la rutina cotidiana asistía a la oferta cultural que la universidad les proponía y sin saberlo hicimos parte de un momento glorioso no solo del bienestar universitario, sino de una real extensión universitaria.