De protocolo de calidad y otras aberraciones


| Por: Luis Orlando Ávila Hernández* |

La información en Ibagué y el Tolima, en las últimas décadas estuvo en manos de ávidos(as) empleados(as) de medios regionales o nacionales que fungieron como periodistas y luego dieron en saltar al solitario empresariado mediático local, sin soltarse nunca de la mano invisible del poder invisible y político en turno.

Por ello las formas más recalcitrantes de gobierno local y regional anidaron en estas tierras, dejando para siempre en el olvido la forma de hacer política de ideas, periodismo de investigación o simplemente el arte de relatar los hechos, apartado del de comentar, vociferar o parlamentar.

Mucho de lo que hoy se da como “normal”, en cuanto al arte de hacer periodismo (pues entra en discusión de si arte u oficio, pero para el consuelo de muchos que citan y recitan a García Márquez, dejémoslo en arte), nació precisamente de esas formas recalcitrantes de lo que se nos impuso como gobierno desde el cambio de siglo, con el respaldo de ese periodismo de empleados a empresarios: la exclusión social, la autoridad como fin, la reducción de la ciudadanía a una mera interpretación antropológica (y no es un chiste) de fiscales, policías y militares advenedizos.

Es decir el concepto de sociedad (quizá el de la misma Nación Tolima) se transculturizó a través de micrófonos radiales, set de  informativos TV, rotativas de claras aguas, facultades locales, portales de internet o meros panfletos impresos, a lo que hoy nos entregan como información o noticia, bajo la égida de dichos gobiernos recalcitrantes.

Se dirá que no se es ecuánime en la aseveración (parcial, sesgada, subjetiva como todo lo que atañe a lo dialectico), pero dos hechos (ejemplos) donde los empleados y los empleados vueltos empresarios del periodismo de Ibagué y el Tolima, nos deben aun una explicación como sociedad que les leemos, escuchamos o navegamos desde hace muchos años.

El primero y el más contundente de cómo el arte del periodismo de Ibagué y el Tolima lo convirtieron por un instante, en una aberración estructural al poder invisible  subyacente, fue el ocurrido en pleno embrujo autoritario entre finales de los 90 del siglo anterior y primer lustro del presente: por convocatoria de uno de esos tantos mandos de Policía que van y vienen, los, les y las periodistas de entonces asistieron a un curso de tiro, dizque porque el momento daba para que él, le o la periodista aprendiera a defenderse del terrorismo.

Quienes asistieron lo hicieron a plena voluntad o quizá (en su defensa lo dirán) llevados por la mano invisible del poder enquistado por entonces en despachos judiciales, oficinas de policías, bases  militares de Ibagué y el Tolima y que hoy asiste o deberá asistir a dar versión libre ante la JEP.

Sin dar más rodeos, quienes por titubeos con policiales jugaron a ser tiradores, lo hicieron por una aberración de creer que eso era connatural al arte de ser periodista.

El segundo hecho y el más reciente que los concitó ante el poder de la mano invisible que se tomó a Ibagué y al Tolima, fue el silencio comprado y cómplice ante la destrucción de la riqueza arquitectónica de los campus deportivos de la ciudad.

Entre aprender a tirar bala, para congraciarse con el fiscal, o el policial o el milico advenedizo, o recibir coimas de la mano invisible para mirar hacia otro lado mientras destruían la riqueza de todes, el arte de ser periodista en Ibagué y el Tolima, se embadurnó de aberraciones.

Y de esas aberraciones que suplantan al arte del periodista en Ibagué y el Tolima, es que viven, se sostienen y logran conservar sus riquezas mal habidas la decena de familias electo-empresariales que junto al poder invisible de otras tierras, lleva gobernando y despojando a Ibagué y al Tolima desde los 90 hasta hoy.

Un último hecho más reciente, exactamente sucedido el pasado viernes 30 de agosto de 2019 (denunciado con vehemencia en plena emisión matinal del radio noticiero de la Voz del Tolima por el galardonado y respetado periodista Gilberto Buitrago Buitrago), se nos anuncia que lejos de limpiar su imagen embadurnada, algunes, algunas y algunos periodistas pertenecientes principalmente a las oficinas de prensa del socialista alcalde de Ibagué o de alguna de la baraja de gobiernos de derecha de los municipios y su mentora de ultraderecha en la misma gobernación del Tolima, da lo mismo, mediante aquellos galimatías didácticos del bazar persa de posgrados y maestrías del ramo, dieron en patentar su propia aberración para esta segunda década del XXI: ¡el protocolo de calidad!

En una ideológica mezcla toxica, aprendida en su mar de títulos con milímetros de  profundidad en saber, propia del fin de la historia (Fukuyama), de alquimista (Coelho), de marxismo versión de los Andes, de economía de tercera vía (Bachelet), de política y gobernanza (FMI), y algo de Biblia, las oficinas de prensa de Ibagué y el Tolima endulzaron a la insípida censura, con el mote igualmente neoliberal de protocolo, es decir de un listado de requisitos, de previos y previas por cumplir si se quiere acceder, recibir, beneficiar.

En el caso del arte de ser periodista, según la novel aberración ibaguereña traslapada de aquestas tierras donde viene el poder de la mano invisible que gobierna, el protocolo de calidad enlistará que, quien y cuando se podrá acceder a una información de primera mano, para cumplir ese viejo canturreo de las democracias occidentales: los ciudadanos bien informados y sus conscientes decisiones políticas.

Dice la RAE que aberración, además de su uso protocolar policial-militar en estrados judiciales, entre otras, es un “grave error del entendimiento”.

Las, les y los jóvenes periodistas, autodidactas o de universidad, de Ibagué y el Tolima deberán a partir de las aberraciones (errores de entendimiento) de sus predecesores o docentes, dar rienda suelta al arte de ser periodista desenmascarando cualquier protocolo, sea este de los de calidad o de aquellos de los sabios de Sion, pues la mentira (posverdad) y la censura, como las brujas, existen, pero mientras estas últimas nos alimentan con sus pócimas féminas, las primeras nos envilecen y nos hastían con la calidad ignorante de su embrujo autoritario.
(*) Ingeniero agrónomo, propietario de la ex Tienda Cultural La Guacharaca.    

Imagen tomada del portal noticias argentino AgePeBa.org, marzo 15 de 2018.