Carta al compañero Nicolás Rodríguez Bautista (Gabino), primer comandante del ELN



|Por Miguel Ángel Beltrán|

Reciba un cálido y fraternal saludo, desde el patio 4 de la Penitenciaria “La Picota”, sitio de reciente concentración de los prisioneros políticos de guerra de las FARC-EP, así como de los presos de conciencia e integrantes de organizaciones sociales y de la academia, que hemos sido judicializados por el delito de pensar críticamente.

Resulta un verdadero privilegio poder contar con su mensaje solidario, pues somos conscientes que sus palabras nos llegan sorteando las inaplazables urgencias que imponen el día a día en los incesantes fragores de la guerra. Ellas constituyen un aliciente, que nos motiva a seguir adelante con nuestras luchas desde estos ignominiosos muros que infructuosamente pretenden doblegar nuestro ánimo y resistencia.

Valoro enormemente sus reflexiones y agradezco el honor que me brinda de ser el destinatario de las mismas porque, al igual que usted, estoy convencido que a través de la senda unitaria trazada por Camilo Torres, podremos congregar la fuerza necesaria que permita transformación de nuestras caducas estructuras políticas, económicas y sociales.

En esta tarea de sembrar las semillas para la construcción de la nueva Colombia, ha estado empeñado el pueblo colombiano en las últimas seis décadas, recurriendo a las diferentes vías, entre las cuales la lucha armada ha ocupado, sin duda, un lugar importante, pues a través de ella se ha librado una tenaz resistencia contra un estado ilegítimo que se ha mantenido en el poder, por la fuerza del terrorismo estatal y la aplicación incondicional de las políticas imperiales de los Estados Unidos.

Precisamente, desde sus inicios formales en 1965, el ELN represento el anhelo de una joven generación que, en el agitado contexto de los años sesenta, comprendió que esa tradición sanguinaria, despótica y dictatorial de la élite criolla en el poder no permitiría que los cambios sociales transitaran por un camino distinto al de la lucha armada.

El libro negro de la represión: Frente Nacional, 1958-1974, publicado por el comité de Solidaridad con los presos políticos y que la censura editorial redujo a una rareza bibliográfica, constituyen el más vivo testimonio de la violencia estatal en este periodo, la cual convirtió “enemigo interno” cualquier expresión de oposición política y social al régimen.

En las décadas siguientes, la criminalización de la protesta social, la utilización de la justicia como aparato de guerra, el desplazamiento forzado, las masacres selectivas e indiscriminadas, las ejecuciones extrajudiciales, y el exterminio de organizaciones político-legales como la Unión Patriótica, el Frente Popular y “A Luchar”, por cuenta de la violencia oficial, no hicieron otra cosa que fortalecer la opción armada.

Usted compañero Gabino, que siendo un adolescente ingreso al naciente ELN, conoce de primera mano y más que nadie, esta dolorosa realidad. Desde aquel cuatro de Julio de 1964, en que un grupo de estudiantes y campesinos del cual hacia parte usted, apertrechados con rudimentarias armas, iniciaron la marcha por un ideal de justicia y libertad, han transcurrido más de cincuenta años y, pese a las dificultades internas, los cercos y bombardeos militares, el trabajo de desinformación mediática, usted se ha mantenido allí con su actitud sacrificada, sencillez y humildad, a la cabeza de una organización que hoy se ha transformado en un verdadero movimiento social en armas al cual siguen vinculándose centenares de Jóvenes, dispuestos a entregar su vida por una justa causa.

No obstante lo anterior, la narrativa oficial sobre el conflicto colombiano ha reducido el análisis de la insurgencia armada a sus “errores”, “fracasos”, “derrotas” y su impacto negativo sobre la sociedad en su conjunto. Cualquier otra aproximación que se aparte de esta visión hegemónica es vista con sospecha, y en no pocos casos judicializada.

Preocupa aún más que esta visión haya permeado a un amplio sector de la academia que, amparado en una supuesta neutralidad valorativa, pretende subsumir la lucha armada, bajo las nociones mediáticas de “terrorismo”, “narcotráfico” o “bandas criminales” aduciendo en este último caso su “pérdida de horizontes políticos e ideológicos”.

De este análisis simplista - que deja por fuera las complejidades de un conflicto en el que el Estado Colombiano ha tenido un alto grado de responsabilidad en la generación, prolongación y escalamiento del mismo- a la consideración de que el ELN debe aceptar las “generosos” ofrecimiento de paz del gobierno, o de lo contrario “los dejará el carro de la historia”, hay un pequeño paso, que desconoce no solo el estrecho compromiso que ha mantenido esta guerrilla con los intereses del pueblo colombiano, sino su profundo arraigo en amplios sectores de la sociedad.

Cierto es que hace ya varios lustros el ELN ha mostrado su disposición a la búsqueda de una salida política al conflicto armado, pero no sobre la base de una desmovilización y entrega incondicional, sino de un diálogo franco y abierto de cara a la nación colombiana, y donde los temas de la participación de la sociedad y la concreción de una política soberana en el manejo de los hidrocarburos tiene particular relevancia.

A través de sus anuncios públicos y de conversaciones con compañeros del ELN, privados de la libertad en el ERON- Picota, he tenido conocimiento de los esfuerzos realizados por su organización, para cristalizar una mesa de diálogo con el gobierno; y encuentro que les asiste la razón cuando expresan su desconfianza hacia un gobierno que habla de la terminación del conflicto, pero poco o nada ha hecho por el cese de la “guerra sucia” y el desmonte de los grupos paramilitares; que llama a la Reconciliación Nacional pero continua implementando políticas lesivas para el pueblo en el campo laboral, educativo y de la salud, entre otros muchos; que dice ofrecer garantías a la oposición, pero no ceja en su política de criminalización de la protesta social; que pregona la necesidad de defender el patrimonio nacional, pero insiste en la privatización del sector energético, y el impulso a la mal llamada “locomotora del desarrollo”. En fin de un régimen que cuando anuncia gestos de paz, es porque está preparando acciones de guerra.

En ese orden de ideas seguirán teniendo vigencia las palabras del tribuno popular Jorge Eliécer Gaitán, cuando afirmaba: “no me pregunten qué tipo de revolución quiero, si violenta o pacífica. Preguntadle a la oligarquía como quieren ellos que sea la revolución”. Y si hoy las élites dirigentes del país están apostando a la terminación del conflicto armado por las vías política “no lo hace –como lo advierte el escritor William Ospina- porque le preocupe mucho la sociedad, a la que mantuvo siempre en la marginalidad, en la pobreza, en la falta de oportunidades durante décadas, sino tal vez porque ha advertido que de esta decisión dependía su propia supervivencia como casta”.

Resulta claro, sin embargo que un acuerdo para la terminación del conflicto que no incluya al ELN dejaría inconcluso cualquier proceso de paz. De allí la urgente necesidad que el gobierno formalice de manera pública, una mesa de diálogo con el ELN, sobre la base de garantías y compromisos reales y efectivos, que lleven a buen puerto estos acontecimientos.

Entre tanto, en mi condición de preso político de conciencia seguiré participando de manera conjunta con los compañeros del ELN, los prisioneros políticos de guerra de las FARC-EP, y demás sectores de la población carcelaria, en las jornadas de desobediencia pacífica y huelgas de hambre, a las que nos hemos visto avocados para denunciar y exigir soluciones a la crisis humanitaria en los centros penitenciarios del país, que deriva de los altos índices de hacinamiento, la falta de atención en salud general y especializada, la deficiente alimentación y los altos niveles de corrupción entre los funcionarios del INPEC.

No quisiera despedirme sin invocar esas fuerzas que rigen las cosas positivas para que nos permitan muchos años de lucha más ojalá ¿Por qué no? Para que nuestras trayectorias vitales coincidan físicamente en la construcción de tan anhelados sueños.

En ejercicio de La Habana (Cuba) y el que vendrá con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), seguramente determinara el quehacer futuro, en torno a la unidad en el trabajo de campo conjunto y en el día a día de todas y todos las/los hemos mantenido una postura digna frente al criminal Estado colombiano.

Compañero Gabino, sin importar donde me encuentre seguiré aportando en la transformación de mi entorno. Unos gruesos barrotes y unas frías paredes de hormigón no serán suficientes para derrumbar el espíritu y la fe, en que una Colombia mejor y una sociedad justa son posibles. Así ha sido siempre y así seguirá siendo porque como lo expresara aquel personaje de Ostrovski, en Así se Templo el Acero: “hasta es obligatorio morir con entereza si sientes que la razón está contigo”.

Fraternalmente, y con admiración

 Miguel Ángel Beltrán. Preso Político. Patio 4 Centro Penitenciario la Picota

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