|Por: Carlos Arturo
Gamboa B.|
Un hámster atrapado en la rueda sigue
caminando porque considera que la salida está próxima, sin darse cuenta que sus
pisadas reproducen una agonía infinita de sin salidas. Si el hámster es capaz
de entender la inutilidad de hacer girar la rueda, podría soñar en cambiar
dicha lógica. Hace mucho rato que la Universidad del Tolima es la rueda que
gira y gira sin parar, y el hámster es la comunidad. ¿En dónde está la salida?
El Ministerio de Educación. Amo y señor de
las malas políticas educativas del país, solo querrá aprovechar el momento para
diseñar una “prueba piloto” que les permita reconfigurar las universidades
públicas. Recordemos que la Ley 1740 es una reformeta de la Ley30 de 1992, la cual creímos tumbar en el
2011, pero que ellos han venido implementando de manera soterrada. Tienen un
gran aliado interno en la Universidad del Tolima y es el mismo rector, para la
muestra su política de cobertura con calidad, acreditación institucional,
excelencia académica, indicadores de gestión, publicaciones indexadas y demás
conceptos propios de la política ministerial. Para ellos la culpa es de la
comunidad, se excluyen ellos, excluyen al gobernador pasado y de turno y
excluyen, por supuesto a su mejor heterónomo alumno: el rector.
La Gobernación. Presidida por
Oscar Barreto, quien años atrás se negó a girarle las transferencias de ley
porque el exrector Ramón Rivera Bulla le ganó la puja por la rectoría, hoy
aparenta lavar la mancha del pasado y hacerse pasar por salvador de la
Universidad. Su estrategia, la lenta espera. No quiere asumir el caos, no
quiere invertir mayores esfuerzos económicos y políticos en una institución que
se sospecha inviable. Considera que el Ministerio de Educación debe dar la
pauta y determinar la dimensión de la crisis, posiblemente después de barrida
la casa le interese organizar la fiesta. De dientes para fuera culpa al rector,
de dientes para dentro guarda sus reservas. Culpa a la comunidad
soterradamente, porque sabe que su mayor resistencia anida allí.
El rector. Reelegido en la
turbulencia de una crisis que ocultó con un dedo (auspiciado por la ceguera
oportuna de sus aliados), sabe la real dimensión de la debacle. Quiere
implementar un plan de ajuste fiscal que de entrada no garantiza el largo
aliento financiero que requiere la institución, por eso hoy clama porque la
Universidad del Tolima ingrese en Ley 550, la misma que se aplicó por
primera vez en la Universidad del Atlántico en el año 2005
y que después de una década de penurias, maltratos y desinstitucionalización,
continúa teniendo dicha universidad en la esquina del abismo. Para el rector la
culpa es “estructural”, es decir, no es suya, ni de su equipo; y la solución
debe recaer en la comunidad en una suerte de “todos pongan” que yo organizó.
Sin credibilidad, sin gobernabilidad y sin respaldo de sus antiguos aliados
juega su carta maestra: llamar al papá Ministerio para que lo defienda.
La comunidad. Compuesta por
tres volubles elementos (estudiantes, trabajadores y docentes), se mueve entre
la culpa, la angustia y el deseo de aportar algo real a la salida. En sentido
estricto, cada estamento son varios a la vez, se mueven al vaivén de sus
intereses individuales y de pequeñas colectividades. Intentan unirse poniéndose
de acuerdo en los intereses comunes, pero sospechan mutuamente unos de los
otros, la historia de sus actuaciones está ahí en el retrovisor de la vida
cotidiana. Saben que los misiles reformistas del Ministerio, de la Gobernación
y del Rector apuntan hacia ellos, pero aún son incapaces de abandonar su lugar
de enunciación para construir un proyecto mediado por las diferencias, pero
robustecido por lo común. Las viejas prácticas tienen extensas raíces que deben
ser cortadas.
Ante este panorama la única salida
(no garantizada) es la construcción de una propuesta colectiva, lo más
incluyente y universitariamente posible; dolorosa porque implica salir de los
escenarios de confort y enfrentarnos a las otras dimensiones con los que se
alimentan las crisis: la apatía, la componenda, la negociación soterrada, el
privilegio, los amiguismos con el poder, la falta de compromiso con lo público
y el respeto por la comunidad misma.
En ese camino todos hemos avanzado,
unos más que otros, pero la ruta parece estar clara. Los trabajadores tienen
sus diagnósticos y sus propuestas, los docentes han elaborado un documento juicioso en su primera versión,
los estudiantes avanzan derribando los diques y empiezan a gestionar sus
debates. Lograr un epicentro de estas ideas, cruzarlas, tamizarlas, ponerlas al
desnudo y construir una propuesta de la comunidad, es hoy la única manera de
evitar la predeterminación del MEN, el Gobernador y el Rector, esa tríada que
origina la crisis y que hoy la descarga sobre la Universidad y sus actores.
Las crisis deben generar
transformaciones, lo peor después de ellas es seguir instalados en el mismo
lugar donde germinaron. Algo viejo debe morir para que lo nuevo pueda surgir.
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