|AMÉRICA DEL SUR| El doble sentido de la gira del Papa





|POR EDUARDO LUCITA|

La segunda semana de julio fue hegemonizada por la gira del Papa Francisco en América del Sur, tuvo un fuerte contenido pastoral en busca de recuperar espacios para el catolicismo, también de denuncia del capitalismo globalizado. Es posible otra lectura.

No es ninguna novedad. La Iglesia católica tiene un enorme oficio anticipatorio, su capacidad para leer la realidad y las tendencias políticas y sociales -mundiales y adecuarse a ellas es por demás reconocida. Así ha sido históricamente y podemos comprobarlo en las últimas décadas. El Papa polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II, 1978/2005) jugó un papel decisivo en la disputa final entre los campos capitalista y socialista, hasta la implosión de la URSS y la caída del Muro de Berlín. El alemán Joseph Ratzinger (Benedicto XVI, 2005/2013) acompañó la regresión conservadora –ya insinuada por su antecesor- y el individualismo generado por el reino del mercado y la acumulación de riquezas en el extenso período neoliberal surgido como respuesta del capital a su crisis de principios de los años ’70 del siglo pasado.

Los últimos dos papados condensaron tendencias que se arrastraban desde tiempo atrás pero que estallaron en el último período: la corrupción generalizada y la pedofilia, que se extendió como mancha de aceite entre los sacerdotes de numerosos países. El resultado no fue otro que el alejamiento de una parte de la feligresía católica, esos espacios fueron ocupados por las diversas iglesias evangelistas que pululan por el mundo, especialmente en América latina, impulsadas por los EEUU.

El Papa Francisco

Es en este contexto que debe entenderse el rumbo pastoral y político del papado de Jorge Bergoglio (Francisco, 2013) y la elección de latinoamericano (el subcontinente concentra el 40 por ciento de la grey católica mundial).

Desde su asunción al trono el Papa Francisco ha desplegado una intensa actividad tratando de reponer un orden más eclesial en el Vaticano, ha emprendido una suerte de “mani puliti” tratando de limpiar los aspectos más escandalosos de los negocios financieros y ha desplazado a numerosos curas pedófilos, acciones que fueron acompañadas por un estilo austero y un discurso de fuerte tono social y de denuncia de las desigualdades crecientes. Recuperar el catolicismo y posicionarlo como la iglesia de los pobres es un objetivo más que explícito.

En el plano internacional juega un fuerte rol, pareciera que su mirada es compatible con la del presidente Barak Obama, en cuestiones centrales como Palestina y el medio Oriente; la reanudación de relaciones con Cuba; el acuerdo sobre la cuestión nuclear con Irán; la crítica de los fundamentalismo islámicos. No es un dato menor que dentro de poco emprenderá una gira por EE UU país donde los católicos son absoluta minoría.

La gira suramericana

El periplo suramericano que comenzó en Ecuador con un fuerte llamado a abandonar el individualismo y culminó en Paraguay denunciando y condenando el uso político-ideológico de los pobres, tuvo su punto más elevado en Bolivia. Convocó allí a “… construir puentes, no muros” reconociendo la necesidad de Bolivia de recuperar su salida marítima perdida en el siglo XIX a manos de Chile en la llamada “Guerra del Pacífico”. A la par que pidió perdón por los crímenes a los pueblos originarios y las ofensas de la iglesia en la conquista.

Pero lo que concitó la mayor atención y conmovió al II Encuentro Mundial de Movimientos Populares, convocado precisamente por la visita papal bajo el lema “Tierra, Vivienda y Trabajo para Todos”, no fue otra cosa que la crítica “Al sistema económico internacional” y al crecimiento exponencial de las desigualdades.

“Si la política se deja dominar por la especulación financiera, o la economía se rige solo por el paradigma tecnocrático de la mayor producción, sin tener en cuenta que el progreso también incluye valores, no se podrán resolver los grandes problemas de la humanidad” dijo levantando adhesiones por doquier. No dejó de señalar el nuevo colonialismo que se esconde en los Tratados de Libre Comercio, o que solapadamente se aprovecha de la lucha contra el narcotráfico y la corrupción. Para culminar denunciando “… la concentración monopólica de los medios de comunicación social” más que grato a los oídos kirchneristas que asistieron al cónclave.

El discurso papal entronca sin mayores dificultades con el de los movimientos sociales, estimula sus resistencias y llama a organizarlas. A formar cooperativas y autogestionarias, construyendo con ellas “…una alternativa humana a la globalización excluyente”. Es compatible también con varios gobiernos progresistas de la región que han logrado mayores niveles de inclusión y ampliado derechos económicos y civiles. Sin embargo no les ahorró críticas cuando planteó que el asistencialismo no es una solución permanente y que la primarización de las economías y la depredación de la naturaleza propias del neo desarrollismo actual no llevan a los pueblos por buen camino.

Tampoco es este un tema menor si se tiene en cuenta que los gobiernos progresistas aprovecharon un largo período de escasez relativa de materias primas y productos energéticos, y por lo tanto alza de precios, y de sobreproducción relativa de bienes y equipamientos industrializados, por lo tanto baja de precios. Esta dinámica del mercado mundial hoy ha cambiado, el superciclo de los productos primarios parece haber concluido, y esto pone límites a la utilización del gasto público como eje de la política distribucionista que han hecho estos gobiernos.

Nuevas contradicciones

Esto puede llevar a nuevas contradicciones. Los movimientos, envalentonados por el discurso papal, pueden acrecentar sus demandas en el marco de una situación económica que ya no es lo que era y muestra serias limitaciones. Limitaciones que no son otras que las del capitalismo dependiente de la región. Por lo tanto el desenvolvimiento de las tensiones podría llevar ya no a un cuestionamiento del capitalismo globalizado y salvaje, como plantea el Papa, sino al sistema capitalista como tal.

En este marco el despliegue de Francisco (su pasado en el peronismo y su vinculación con sectores sociales pauperizados, forman parte de su capital político y de su capacidad de maniobra) adquiere otro sentido. El reconocido analista internacional Guillermo Almeyra no ha vacilado en calificar esta política papal con la categoría gramsciana de “Revolución pasiva”. Esto es asumir como propias las demandas sociales pero encorsetándolas en una solución conservadora, limando sus aristas más subversivas frente al capital y redireccionando sus objetivos.

Algún delegado argentino, que asistiera al encuentro con los Movimientos supo decir a su regreso: “Se murió Chávez pero tenemos a Francisco”. No parece una aseveración que conduzca a buen puerto.

(*) Eduardo Lucita forma parte del colectivo EDI –Economistas de Izquierda

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