ARGUMENTOS QUE HACEN INACEPTABLE LA MINERÍA A CIELO ABIERTO

|Por Jorge H. Jiménez|

La discusión sobre  la minería a cielo abierto y en gran escala ha dejado por fuera el que, a mi juicio,  debería ser el punto central del debate: el cuestionamiento ético. Ese olvido no es la primera vez que ocurre en la  historia humana; razón por la cual el pragmatismo económico, ya  ha justificado en otras épocas negocios tan horrendos y vergonzosos como la esclavitud y la guerra.

La política minera del actual gobierno puede vestirse de locomotora, o de apetecible inversión extranjera,  pero no dejará de ser lo que es: una agresión en gran escala a la biodiversidad y al agua, en la que  toma parte el propio estado, con graves e irreparables consecuencias  para el entorno vital de los colombianos y con injustos efectos  de desplazamiento y atropello a comunidades vulnerables. Ya hay señales claras en el Quimbo, en Marmato, en el Cerrejón y en tantos otros sitios, donde el progreso minero muestra su cara de inequidad y su corazón de albergue  para la codicia y la violencia. Desde lo ético, hay por lo menos siete argumentos que hacen inaceptable la minería que nos quiere imponer el gobierno.

1.    Afectar grandes extensiones en países como el nuestro,  que hoy amortiguan el impacto del Calentamiento Global, y que mantienen producción de oxigeno, agua y biodiversidad para nuestro país y para el mundo, debería verse como un crimen de lesa humanidad porque agrede, en un momento de extrema fragilidad, la vida planetaria.

2.    La naturaleza no es una despensa infinita de recursos ni el hombre es el rey con el privilegio de agotarlos. Una montaña, un páramo o un río no son objetos ni mercancías. Son el albergue de la gente que allí habita, son el paisaje que nos reconcilia con la belleza y con la vida. Son el tesoro del agua, son la riqueza de la biodiversidad, disponibles para hoy, para mañana y para siempre, a menos que  cometamos el pecado imperdonable de cambiarlos por cráteres y desiertos, y por regalías pasajeras y mal pagas, que no alcanzarán siquiera para reparar el daño y menos para recuperar lo perdido.

3.    No es ético sacrificar un bien colectivo para favorecer un interés privado o una urgencia fiscal. El territorio y la riqueza de su biodiversidad son bienes comunes vitales. No es lícito, entonces, entregarlos para el negocio colosal de las  multinacionales ni como premio a un manejo económico, perezoso y torpe,  que regresa a  las industrias extractivas del siglo XVI, en vez de proponernos industrias con insumos de creatividad, inteligencia y valor agregado.

4.    El medio ambiente sano y protegido es la herencia más valiosa para la supervivencia y felicidad de las generaciones futuras. Por lo tanto es un deber ético preservarlo en las mejores condiciones como nicho vital para los que vienen, por encima de alternativas no necesarias,  como la minería a cielo abierto.

5.    El negocio minero pone en riesgo la soberanía de nuestro territorio, que sería entregado en extensiones enormes por vía de los títulos mineros y por compra de tierras que ya están adquiriendo las multinacionales como medio para facilitar sus operaciones. Las 20 mil concesiones en curso, cubren cerca de 22 millones de hectáreas, las que representan casi una cuarta parte del territorio colombiano. A renglón seguido de esta circunstancia, viene el poder político que ya están adquiriendo  las empresas mineras para influir en las decisiones locales y con más evidencia en las decisiones del gobierno central.
¿Cuál puede ser una posición digna y  ética frente a estos procesos?

6.    Resulta ingenuo pensar que las empresas mineras están interesadas en nuestro desarrollo. Ellos no son organizaciones filantrópicas. Están aquí, como ya estuvieron en África, por su interés en un negocio que no pueden proponer en sus países de origen. Por eso suenan a soborno los regalos que entregan a las comunidades, y los proyectos con los que pretenden remplazar los deberes del estado. Y suenan a cinismo los mensajes publicitarios en los que se declaran protectores del medio ambiente, como si no supiéramos que están en busca de una licencia para destruirlo, con el uso de elementos tan crueles como la dinamita y el cianuro.

7.     La política minera del gobierno significa  un  atropello autoritario a la autonomía regional y local. No es aceptable que por voluntad de un presidente o un ministro perdamos la libertad de escoger nuestros horizontes de desarrollo y menos  a costa de nuestra identidad, nuestro  territorio, nuestras tradiciones, nuestras vocaciones e imaginarios. En el Tolima, queremos para nuestro desarrollo  caminos de ciencia, educación,  arte, creatividad, equidad  y convivencia como aquellos que esta región inició con la admirable expedición botánica y que podemos retomar con todo vigor. No queremos en el Tolima  ni las minas perversas que mutilan y matan a la gente, ni aquellas otras que con el poder del dinero, socaban los lazos comunitarios y generan, como ya empezamos a verlo,  las semillas de otra nueva violencia ambiental y social.

¿Podría yo hacer el negocio de vender los ojos de mis hijos? ¿Habría alguna suma de dinero que justifique aceptar esa propuesta? Estamos ante una situación casi idéntica. A mi juicio, reitero, más que la ponderación de argumentos económicos y técnicos, (que también evidencian un pésimo negocio), lo que está de fondo es nuestra postura y nuestra decisión frente a dilemas éticos.

Para nuestra honra, el juicio de la historia mira hoy a los Pijaos como el pueblo valiente que en defensa de su territorio y su libertad enfrentó hasta el heroísmo una guerra desigual. Como herederos de esa estirpe, Yo confió en que cuando seamos nosotros (gobernadores, alcaldes, dirigentes y ciudadanos)  los juzgados, merezcamos por parte de nuestros descendientes el mismo respeto y el mismo orgullo. Viva el Tolima verde, que respeta la vida, la tierra, el agua y la gente. Viva el Tolima autónomo, que escoge los caminos de su desarrollo con respeto a sus valores, su cultura y su identidad.  Viva el Tolima digno que no se vende por dádivas que ofenden su integridad e insultan su inteligencia. Viva el Tolima alegre y en paz  que no quiere la guerra de la codicia, ni la licencia para matar su entorno vital.

Fotografía: Tomada del www.elnuevodia.com.co