¿Universidad para la dominación o para el desarrollo?

Dando continuidad al tema de discusión propuesto por la Constituyente Universitaria, referente a la crisis de la Universidad y las propuestas alternativas, me permito adjuntar el texto del maestro Antonio García Nossa, tomado de su libro La crisis de la universidad, publicación póstuma (1985) de una obra que había sido revisada por el autor antes de su fallecimiento en abril de 1982.

Antonio García, desde ese momento histórico, prevé el desenlace de las universidades públicas en Colombia; el desmantelamiento paulatino de su autonomía, su imparable privatización y elitización, la pérdida de su capacidad de reflexión crítica, la condición autoritaria y policiaca de sus directivas, el apartamiento total de los asuntos sociales y comunitarios, el colonialismo intelectual que las orienta, la adscripción a los mandatos imperialistas y su conversión en simples tituladeros tecnocráticos, profundamente apolíticos, pero puestos al servicio del interés empresarial.

Así mismo el autor fustiga esas pequeñas capillas radicales ensimismadas de la "izquierda" universitaria, que en un mundillo entre conformista, simulador y trepador, a título de un marxismo esclerotizado, hacen presencia entre los docentes y el estudiantado, más para aumentar la segregación y el aislamiento social creando confusión, que para contribuir a los procesos de reflexión, de crítica y de transformación. [Julio Cesar Carrión Castro]


¿Universidad para la dominación o para el desarrollo? (*)

|Por Antonio García Nossa|

A esta altura de la historia contemporánea, es posible señalar la totalidad de rasgos característicos del modelo universitario, que para el sistema de control político ha llegado la línea de apogeo y para la sociedad colombiana, para su pueblo está en crisis. Lo que equivale a decir -desde una perspectiva histórica- que no es la universidad como categoría de la educación y de la cultura la que ha entrado en crisis, sino el tipo de universidad diseñado para instrumentar un modelo de capitalismo dependiente, para preservar una dominación de clase y para perpetuar un sistema tradicional de control político.

Los rasgos de ese modelo histórico podrían esquematizarse en este cuadro de diez puntos:

1. Incoherencia y desintegración de la universidad como sistema nacional, pero coherencia e integración del modelo alrededor de la hegemonía de la universidad privada y del esquema ideológico de privatización y de comercialización de la enseñanza.

2. Orientación tecnocrática de la universidad y prevalencia de las líneas políticas que apuntan hacia su progresiva transformación en un tecnológico superior (1).

3. Reorientación de la universidad pública dentro del modelo de privatización, ordenamiento autoritario y vertical manipulación política del presupuesto, haciendo necesario el financiamiento externo a través de las instituciones de la Metrópoli (Banco Mundial, BID, AID, etc.), la aplicación de criterios comerciales de costeabilidad de los servicios y el financiamiento del déficit por medio de la intervención directa y específica del poder presidencial.

4. Organización de la Universidad militar como modelo alternativo y paralelo de universidad pública, en sus líneas profesionales clásicas.

5. Estratificación social y académica de la universidad -privada y pública- no sólo reproduciendo la estructura de clases en el plano de la educación superior, sino asegurando el que los más altos niveles de la cultura y de la excelencia académica (postgrados y cursos de especialización), se limiten a la élite de universidades y a la capacitación de una aristocracia profesional reclutada de las propias clases dominantes y de aquellos sectores de las clases medias asociados e identificados ideológicamente al sistema vigente de hegemonía política.

6. Articulación de la red de aparatos estatales de la educación superior, como mecanismos destinados a la transferencia de recursos y facultades del Estado hacia la universidad privada y a la sustentación de la Asociación Colombiana de Universidades como aparato a través del cual aquella ejerce su hegemonía sobre el sistema universitario.

7. Segregación social del sistema universitario, bloqueándose los canales de relación permanente y estable de la universidad con la sociedad colombiana (forma clásica de la extensión o formas modernas de la universidad abierta y desescolarizada), impidiéndose toda influencia externa de la universidad y aislándola de las fuerzas sociales o generacionales que pudiesen restablecer o autonomizar su rango político y apoyar sus aspiraciones revolucionarias o reformistas.

8. Reducción del proceso educacional a una enseñanza implícitamente autoritaria y a una transmisión colonialista del conocimiento, careciendo la investigación científica de espacio propio dentro del modelo de universidad y de capitalismo dependiente.

9. Propagación de la imagen de una universidad privada que no sólo es paradigma de empresa, sino arquetipo de eficiencia, disciplina y libertades democráticas, dentro de un ordenamiento vertical y unas formas estrictas de reclutamiento de su estudiantado, su profesorado y sus cuadros administrativos.

10. Control militar de la universidad pública, no sólo en razón de la ocupación de los recintos universitarios por cuerpos armados, sino de la transferencia de los delitos políticos (relacionadas con la perturbación del orden público o con la alteración del pacífico desarrollo de las actividades sociales o con la presión a las autoridades legítimamente constituidas en los términos definidos en el Estatuto de Seguridad), a la jurisdicción castrense de los consejos de guerra.

De acuerdo con la naturaleza de esta crisis de la universidad colombiana, su existencia, su jerarquía, su rumbo y su destino, dependen cada día menos de ella misma. La manera como actualmente funciona la sociedad colombiana, las formas que expresan la organización absolutista del Estado, el desmantelamiento de las instituciones tutelares de la democracia liberal, la sistemática anulación de las posibilidades de organización de una comunidad universitaria y de un agrupamiento de profesores y estudiantes, han ido estrechando el ámbito de operación y el campo de influencia de la universidad -en particular de la Universidad Nacional- y han ido rebajando su capacidad de pensamiento crítico y sus facultades de creación de cultura. Ni el estudiantado ni el profesorado pueden violar las leyes de hierro de la segregación y de la no intervención, sin caer en el campo de la delincuencia política en cuya evaluación y calificación no participa la justicia ordinaria del Estado sino los consejos de guerra y los mecanismos propios del aparato represivo. El problema esencial para este tipo de universidad incoherente, hipertrofiada, inorgánica, autoritaria, segregada de la propia sociedad y del propio pueblo que la sustentan, no consiste en que no puede idear proyectos de reforma, sino en que carece de la capacidad política, de la organización y el poder para reformarse así misma y para romper el estado de segregación que le impide relacionarse, directamente, con las fuerzas sociales que podrían apoyar y participar en su reforma. La elitización no es -en este ciclo histórico- una simple expresión de la manera como funciona el aparato educacional de una sociedad profundamente desgarrada por conflictos de clase, sino el resultado de una política cultural de los grupos dominantes en su propósito de preservar, racionalizar y perpetuar el sistema de control político.

De ahí que, de una parte se forme en la universidad -la de más alta jerarquía académica y la de mayor confiabilidad ideológica- la aristocracia profesional que ha de ocupar las posiciones de confianza en la empresa privada o en los aparatos del Estado (o ha de exportarse al mercado de servicios profesionales de la Metrópoli) y de otra, se pague para las clientelas populares de la prensa escrita, la radio y la televisión, una imagen de la universidad, como inaccesible estructura de privilegio, cuyas vías de acceso permanecen sistemáticamente bloqueadas y cuyos profesionales nada o muy poco tiene que ver con su bienestar, con su trabajo y con su vida. Desde el punto de vista de esas clases que ni tienen acceso a la educación superior, ni ordinariamente pueden pagar los servicios de los médicos, de los ingenieros, de los arquitectos, de los economistas, la universidad es un cuerpo extraño, ajeno, ausente, incomprensible e inabordable. Esta imagen popular de la universidad se ha transmitido a través de los medios de comunicación social-concentrados en pocas manos y directamente relacionados con los altos mandos de los partidos liberal y conservador- expresa uno de los más recónditos y esenciales objetivos de la política de segregación y conlleva un rencoroso aislamiento de las clases trabajadoras en relación con los problemas de la universidad, de la cultura superior y del Estudiantado. El Presidente Pastrana Borrero ha ido más lejos en este propósito de aislar a la universidad de las fuerzas sociales que podrían apoyar su transformación y la ruptura del modelo absolutista de educación superior: ha planteado la existencia de una contradicción insalvable entre la universidad y la escuela primaria, si ésta carece de recursos presupuestales para desarrollarse mientras aquella los acapara para financiar la subversión y una inepta burocracia. Nunca antes se había ido tan lejos en esta tortuosa formulación destinada a explicar -a las clases trabajadoras- por qué el Estado ni siquiera garantiza a su pueblo la escuela de primeras letras y porque todavía cerca de la tercera parte de la población colombiana es analfabeta.

Pero el problema de la segregación, del aislamiento social y nacional de la universidad, no radica sólo en el hecho insobornable de que existe: el problema también se expresa en el fenómeno de que la universidad parece desconocerlo o situarlo fuera del campo de su conciencia o interpretarlo a la luz de la óptica mitificadora de las pequeñas sectas que se llaman así mismas marxistas. El ilusionismo característico de esta escolástica de izquierda, incurre en el más craso y frecuente de los errores como es el de creer que “los núcleos de intelectuales marxistas son efectivamente partidos políticos” (2) y que por llamarse a sí mismos proletarios o populares están constituyéndose realmente en una vanguardia del movimiento obrero o de las clases populares. Obviamente este tipo de sectarismo -entre ingenuo y trágico-, a juzgar por los efectos que acarrean y condicionan impiden ver esta realidad de la segregación y evaluar los alcances de esta política de enclaustramiento de la universidad y de los destacamentos universitarios, así pretendan hablar a nombre del proletariado, del campesinado y de la pequeña burguesía. Por lo demás, estas formas radicales de subversión del estudiantado, tampoco han logrado romper o modificar lo que ha sido el más importante objetivo estratégico de la hegemonía bipartidista: la desmovilización de la universidad colombiana. Del ciclo de alta tensión y de fácil propagación de los conflictos, se ha pasado a la desmovilización y al conformismo, cuando una gran masa del estudiantado se encierra en sus anhelos profesionalistas y las capillas radicales se encierran en sus esquemas ideológicos, en su ritualismo verbal y en sus mitos. El efecto es el mismo: la universidad continúa aislada, enclaustrada y desmovilizada; y la universidad privada es la más apta para lograr una desmovilización sin traumatismos y una más fácil orientación tecnocrática y profesionalista de la enseñanza.

Esto no ha ocurrido accidentalmente, así implique el que el país está destruyendo su capacidad de trazarse rumbos y de ganar -algún día- la facultad de disponer autónomamente de su propio destino. Plantear -como lo hace la extrema derecha y en particular Alvaro Gómez Hurtado, su ideólogo más tenaz y coherente- que la universidad debe transformarse en un tecnológico, es abdicar de la posibilidad de que exista en el futuro un desarrollo científico y de que, a partir de él, pueda el país aspirar a una mínima autonomía en el campo de la cultura, del pensamiento teórico y de la tecnología. La experiencia de los países capitalistas y socialistas desarrollados, enseña que la tecnología no surge por generación espontánea, que el desarrollo tecnológico se fundamenta en el desarrollo de la investigación científica y que la universidad constituye uno de los epicentros más dinámicos y creadores de esa investigación que desborda el horizonte y las preocupaciones de la economía privada. En casos como el de Colombia o el de cualquier otro país subdesarrollado de América Latina o del mundo, la investigación científica se desarrolla -o puede desarrollarse- casi exclusivamente en los recintos universitarios (y subsidiariamente en algunos institutos estatales de investigación aplicada), ya que la empresa privada -fundamentalmente manufacturera- no investiga, por la sencilla razón de que tanto las transnacionales como las corporaciones domésticas se alimentan con la importación colonial de tecnología. En consecuencia, la irresponsable tesis política de que la universidad debe transformarse en un tecnológico, constituye la doctrina de cobertura del colonialismo tecnológico que ha caracterizado el ciclo de la transnacionalización y de la nueva dependencia. El hecho de que esa tesis -enunciada primero de una manera tímida y vergonzante- se haya transformado posteriormente en la doctrina de un vasto sector de los dos partidos conservadores del condominio, indica que sus objetivos estratégicos apuntan hacia otra dirección: la de asegurar -desde ahora- el control político de la universidad de mañana y de pasado mañana. ¿De qué otra manera lograr que la hegemonía bipartidista se perpetúe y el que la universidad deje de ser un foco de oposición y de resistencia, ahora y en el inmediato futuro? Este tecnológico superior que han visualizado y que han aspirado los últimos gobiernos, es el instituto ideal para una economía transnacionalizada, para un Estado absolutista y para unos partidos que han llegado a identificarse ideológicamente, a entremezclar sus fuerzas; a refinar sus sistema de alianzas internas y a conquistar la posible fórmula de perpetuación de su hegemonía. El instituto tecnológico no tiene facultad de pensamiento teórico, ni conciencia crítica, ni posibilidades de ver con lente propio lo que ocurre en el mundo y en la propia sociedad colombiana, pero es el camino adecuado para que el bloque de clases dominantes conserve en el futuro su poder y reduzca las funciones de la educación superior a la de cualquier empresa en una economía de mercado: la de producción de manufacturas calificadas que no subvierten el orden, ni impugnan el aparato político, ni transmiten ideologías perturbadoras, ni desencadenan fuerzas de oposición.

Pero es en este proceso en el que el sistema político-social priva a la universidad de sus esenciales atributos y conspira abiertamente contra su misma condición histórica de órgano superior de la cultura de una nación y de un pueblo, cuando entra en crisis como universidad y cuando se vuelve como un bumerang contra las fuerzas sociales y políticas que le han degradado. Porque si la universidad está en la encrucijada, no lo está por razones intrínsecas a ella o porque haya fracasado un proyecto de desarrollo científico o porque haya sido desbordada por una sociedad en proceso de intensa transformación, sino como efecto de una conspiración del Estado absolutista, así como de las fuerzas sociales cuyos intereses se limitan drásticamente a la calificación de mano de obra y de los partidos que aspiran a perpetuar su sistema de dominación y control político. En realidad, son esas fuerzas sociales y políticas dominantes las que están en la encrucijada, al negarle a la nación el derecho a la autodeterminación y al desarrollo, al privar a las clases trabajadoras de la posibilidad de transformar sus condiciones de vida a través del aparato educacional, al cerrar las vías de acceso de la universidad a enormes contingentes de población joven, al imposibilitar la participación directa del país en las conquistas culturales del mundo contemporáneo al obstruir las posibilidades de intervención del sistema universitario en los procesos de integración andina o latinoamericana en la esfera de la educación superior y de la cultura, o en fin, al haber despojado a la universidad de su capacidad de trazarse rumbos y de apoyar -en el ámbito del conocimiento- las fuerzas sociales que pueden trazar rumbos. En esto consiste la tremenda responsabilidad histórica de las clases sociales y de los partidos políticos que por destruir la oposición al sistema hegemónico de dominación que han implantado, están destruyendo las reservas, las opciones y los caminos futuros de la sociedad colombiana.


NOTAS:

(*) Tomado del libro La Crisis de la Universidad – Plaza y Janés editores Colombia, 1985.

(1) “La Universidad Nacional no tiene remedio como está, decía Álvaro Gómez Hurtado en 1977 (“El Siglo”, 19, IV), en su calidad de Jefe del Partido Conservador y co-gobernante. Ni vale la pena hacer algo por ella. Todo se solucionaría si, aprovechando la dolorosa experiencia tan largamente vivida, en lugar de aplicar el tratamiento de los cierres periódicos, se procediera a fundar, desde sus cimientos, un Instituto Politécnico para las llamadas exactas y un Instituto de Ciencias Biológicas”.

(2) “¿El fin de la tentativa socialista”?, Carlos Jiménez en “Teoría y Práctica en América Latina”, Bogotá, No. 11, mayo 1978, pg. 39.

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1 Comentarios

Anónimo dijo…
SALMONES: QUÉ GRATO ESE TRABAJO DE DIFUSIÓN DE LAS IDEAS DE LOS AUTÉNTICOS SOCIALISTAS, COMO EL MAESTRO ANTONIO GARCÍA. ESO HA DE PRODUCIRLE UN ENORME ESCOZOR A LA RECUA DE SIMULADORES QUE PELECHAN DESDE LA UNIVERSIDAD Y LA ACADEMIA A NOMBRE DE UNA SUPUESTA "IZQUIERDA". FELICITACIONES