Colombia 2010-2014: El papel de las Universidades en una transformación nacionalmente positiva del conflicto armado


UNO.

Hoy por hoy, en Colombia casi no hay compatriota que no se asuma como un especialista en materia de conflicto armado; en otros términos, como mínimo, todos tenemos una representación sobre el asunto, una forma subjetiva de conocimiento sobre el fenómeno y sobre su mejor y más sabia salida. Es ése el lógico resultado de más de dos décadas - por lo menos desde 1990 - de cotidiana insistencia, radial, televisiva, discursiva y analítica, sobre una u otra dimensión del problema. Bienvenido este fenómeno cognitivo colectivo, pero, asumido por cada quien como definitiva verdad “conquistada”, puede funcionar como obstáculo epistemológico a un mejor conocimiento objetivo del estado actual, en este enero del 2011, de la evolución histórica del conflicto armado. Por estos días, cuando, en el periódico o en internet, nos topamos con una titulación que apunta a algún detalle de la guerra interna, como reacción, casi espontánea, de inmediato nos decimos, “sobre esto de la guerra, para qué leer más, si ya casi lo sé todo”.

Pero, hoy como nunca los académicos sabemos que la guerra, como todo otro fenómeno importante de la vida social, debe ser examinada desde su realidad objetiva, así como desde la intimidad subjetiva de los que la hacen, la observan y la sufren en el transcurrir de cada día.

DOS:

Para que, desparramadas, estas pildoritas académico políticas, no se queden como islotes cerrados, precisemos de entrada cuál es el propósito central de este escrito, cuál es la píldora central. Hace ya cinco meses que la recomendamos, fue el mismo día en el que el actual presidente Santos se estaba posesionando. Mientras que él, el 7 de agosto del 2010 afirmaba que, direccionado por la Seguridad democrática, no echaría, sin embargo, al mar las llaves de una posible negociación, nosotros escribíamos el Atisbos 120, “Abriéndole trocha a un nuevo Modelo de negociación política del conflicto armado”, en el que decíamos,

“Para empezar digamos que, en una primera fase, dados los obstáculos que desde la mente de los colombianos conspiran contra ese horizonte, todos los esfuerzos deben orientarse a posicionar la agenda de negociación política del conflicto armado”.

Quemar esta etapa, presionados por premuras del momento o por la aparición de pequeñas esperanzas, puede significar quemar el pan a la entrada del horno como sucedió en el Caguán cuando, con precipitación, se entró a una negociación sin una previa y necesaria pre-negociación. Una cosa es que sigamos pensando que la negociación política es el camino ciudadano cultural y sicológicamente más sano de tratamiento de la guerra interna, y otra cosa es que existan las condiciones objetivas y simbólicas para entrar a marcharlo. Estas, de modo necesario, deben ser construidas, lo que tiene que ver con sus tiempos, los tiempos de la aclimatación de una salida negociada, ahora bajo un esquema distinto de los del Caguán y la Seguridad democrática, pues el primero se frustró mientras que el segundo ya dio de sí todo lo que podía dar,” incluidas sus protuberantes e históricas perversidades asociadas a la idea antiética según la cual “todo vale” con tal de derrotar a un enemigo considerado estratégico. (1)

TRES.

En este primer semestre del 2011, por varias vías, aunque todavía de modo débil, se ha venido abriendo paso una idea, la de la urgencia “pausada” de construir y viabilizar un nuevo Modelo de abordaje del fenómeno capaz de inspirar una transformación nacionalmente positiva de lo mucho que aún queda de guerra interna. Frustrado el Caguán y casi agotada la Seguridad democrática, como muy peculiarmente nuestro sería aferrarnos a una nota, que ha sido una constante en la conducta histórica de los colombianos: de cara a los grandes males nacionales de índole estructural, en “la mañana” normalmente nos sumergimos en la cultura de la resignación - “es que al respecto nada podemos hacer”, es lo que casi siempre decimos-, pero esa misma “tarde” salimos a eliminar de modo violento al vecino o porque “ la noche anterior nos puso a volumen elevado un disco que no nos dejó dormir” o porque “miró mal a un hijo amado”.

¡Con qué facilidad franqueamos las fronteras entre la resignación y la violencia! Como ciudadanos, nunca hemos sido capaces de protestar manteniendo, al mismo tiempo, el respeto al “otro”. Como conducta ciudadana siempre hemos sido resignados “hoy” y violentos “mañana”! ¡Como constante nunca hemos logrado evidenciar una expresión de la modernidad, la de ser luchadores y combatientes inscritos en una cultura de la tolerancia y el respeto!

Nuestra guerra se asocia a un problema estructural de nuestra sociedad. De cara a dos tremendo fracasos para tratarla, no podemos refugiarnos ahora en la cultura de la resignación, “es que ese conflicto nunca tendrá final”, mientras continuamos violentando y eliminando a nuestros vecinos por problemas de menor calado. Respetando al enemigo y al contrario, debemos salir a luchar por una Colombia sin conflicto armado buscando una transformación positiva de éste en la que el gran ganancioso sea el país en su conjunto, aunque todas las categorías de sus hijos salgamos perdiendo, los guerrilleros y los más ligados al Estado y al establecimiento incluidos.

CUATRO.

En concreto, la invitación ahora es para que todos los colombianos, como sociedades civiles y desde las lógicas específicas que las definen, nos reorganicemos para, en una primera fase, coordinar esfuerzos y voluntades con el fin de legitimar en lo social y viabilizar en lo político una nueva estrategia para la transformación positiva del conflicto armado y todo ello inspirado en el levantamiento de un nuevo Modelo de negociación.

Pero, como un nuevo Modelo se impone porque los anteriores han fallado, precisemos primero las razones por las que el Caguán falló como negociación y por las que la Seguridad democrática, excedida en perversidades, ha llegado al agotamiento como posibilidad de derrota militar de las guerrillas.

CINCO.

La estrategia de negociación ensayada en el Caguán estuvo orientada a institucionalizar a las guerrillas, primero, derrotando a los paramilitares, segundo, haciendo, desde el Estado, una especie de “revolución social” y, tercero, redistribuyendo el poder institucional con las primeras.

Las fallas, precariedades y limitaciones del Modelo Caguán, que finalmente lo llevaron al fracaso, estuvieron asociadas, primero, a la zona escogida para negociar (una región paraestatal donde las Farc presentaban evidentes ventajas comparativas de poder), segundo, a la premura del proceso (se pretendió construir acuerdos sin haber hecho antes una negociación de la negociación), y tercero, al nivel de reformas exigidas por las Farc ( que se hiciese desde el Estado una “revolución social” fue la consigna que se impuso). Coaligadas en sus consecuencias esas tres circunstancias, lo que, en la práctica, se impuso fue un permanente, disfuncional y perverso juego de poder con el que los agentes del gobierno y los farquianos buscaron evidenciar, ante el país y ante el mundo, cuál de los dos era “el más guapo”. (2)

Sobre las muchas críticas que se le pueden formular a la experiencia del Caguán, existe una que, delicada y compleja, hemos formulado así,

“Es necesario, por otra parte, que empecemos a hacernos una autocrítica en torno a algunos problemas centrales, que han terminado por quedar socialmente asentados y aceptados casi como “inamovibles”. En particular, me voy a referir a uno, al de las relaciones entre una negociación política de la guerra interna y las llamadas reformas estructurales de la sociedad colombiana. En su versión extrema, desde el Caguán se ha venido afirmando que sin reformas sociales en profundidad, las sociedades civiles no podían contribuir a pactar el final de la guerra interna. Fue esa postura la que hizo que, desde las lógicas del establecimiento, Alfonso López Michelsen proclamara que muchos -seguro que estaba pensando en la izquierda- pretendían que, por decreto, se les hiciese la revolución social. Pues bien, sabemos que el Modelo- Caguán también fracasó porque el Estado y los dueños de la gran propiedad se negaron a asumir el costo económico y fiscal de las reformas estructurales que le dieron forma a la Agenda de Paz que finalmente se levantó. Esto no obstante, debemos preguntarnos ahora si la negociación de un conflicto macro de nunca acabar, como el colombiano, debe quedar condicionada a que se hagan las profundas reformas sociales que el país requiere. Quizá estemos equivocando los ámbitos de acción, el de la negociación es la coyuntura política de oportunidad para ponerle punto final a una conflicto ya casi secular, mientras que el de la revolución social es y debe ser el de las luchas sociales y políticas de las masas no propietarias. No es que de una negociación así, no se deriven una serie de reformas pero ajustadas a la naturaleza del conflicto a tratar. Algunos dirán que las guerrillas existen dadas la profunda inequidad social que caracteriza a esta sociedad. Pues bien, en este caso, parte de la negociación consistiría en brindarle a los exguerrilleros los espacios institucionales de democracia más adecuados para que en ellos libren sus luchas por la revolución social. (3)

SEIS.

Por su parte, la Seguridad democrática que, como estrategia siguió al Caguán, estuvo inspirada en la idea de institucionalizar el paramilitarismo, primero, derrotando militarmente a las guerrillas y, segundo, favoreciendo, tanto por omisión como por acción, la cristalización de alianzas locales y regionales entre la mafia paramilitar con burócratas y políticos institucionales orientadas a refundar el Estado desde posiciones ideológicas de extrema derecha. Asunto central de la refundación lo constituía el desmonte de la Constitución de 1991, así como el retorno al espíritu y la cultura política de la Constitución de 1886. (4)

Las fallas, precariedades y limitaciones del Modelo Seguridad Democrática, las recogimos así en el Atisbos Analíticos 124,

“Al final del octoenio de Uribe, 2002-2010, la Constitución de 1991 quedó entre paréntesis, ni desmontada del todo ni sobradamente triunfante. Pero ahí se encuentran la República autoritaria instaurada, así como las consecuencias objetivas y los estados mentales perversos de la Seguridad democrática, su mayor éxito relativo incluido, vale decir, el haber parado la escalada militar que iniciaron las Farc a partir de la toma de la Base militar de las Delicias. Esto no obstante, cuando el presidente Santos inició su gobierno de unidad nacional, bajo el liderazgo de los uribistas más moderados, la Seguridad democrática, todavía viva y actuante, pasaba por una aguda crisis ligada a sus perversidades intrínsecas: primera, la de haber tirado la Casa fiscal por la única ventana del financiamiento de la derrota militar de las farc; segunda, la de haber posibilitado el ahondamiento de la inseguridad urbana; tercera, la de haber equivocado, de modo reiterado, los tiempos de la derrota militar de esta guerrilla; cuarta, la de haber subordinado casi todas las políticas públicas a las lógicas, ritmos e intereses de la Seguridad democrática; quinta, la de haber propiciado “el todo vale”; sexta, la de haber dejado a Colombia internacionalmente aislada; y séptima, la de haber puesto patas arriba la institucionalidad de las relaciones entre dos ramas del poder público”. (5)

Y Ahora, en enero del 2011, patentada ha quedado una octava perversidad de la Seguridad democrática: la de haber propiciado, por acción o por omisión, una segunda fase del paramilitarismo en la que, en definitiva, éste instaló en más de 10 departamentos vigorosos bloques locales y regionales de poder con los narcotraficantes como fuerza protagónica, en alianza con sectores de las Fuerzas de Seguridad, funcionarios civiles y particulares. Para colocar un único y escalofriante dato, la Fiscalía General de la Nación documentó que entre el 2005 y el 2010, con motivo de la instalación y de las condiciones de funcionamiento de esos numerosos gobiernos fácticos de factura neoparamilitar, hubo 173.183 casos de homicidio, 34.467 desaparecidos, 1597 matanzas con la participación de 155 funcionarios civiles, 381 miembros de las Fuerzas de Seguridad y 7067 particulares. Es decir, que colocados en posición longitudinal, esos 173.183 cadáveres en una autopista, nos darían casi 100 kilómetros, como decir desde Cali hasta Tuluá.

SIETE.

Pero, no se trata ahora de reclamar una estrategia alternativa cuando la Seguridad democrática todavía no se ha desmontado y cuando el nuevo Gobierno de Santos lo que efectivamente está haciendo es un esfuerzo por lavarle su cara, perversamente ensuciada por “el todo vale” aunque reiterando, por boca de su vicepresidente Angelino, sobre todo, que

“si ellos cumplen las condiciones que el gobierno ha establecido se tendrá toda la generosidad para construir escenarios de paz y caminos de perdón y de reconciliación”. (6)

Entonces, como universitarios nos toca ahora preguntarnos por el papel que las Universidades, en todos sus estamentos, pueden cumplir en un esfuerzo colectivo nacional por construir y viabilizar un nuevo Modelo de tratamiento de la guerra interna.
En el pasado, entre 1998 y el 2002, sobre todo, las Universidades colombianas, con sus intelectuales como componente importante de las Sociedades civiles y asumiéndose ellas mismas como parte integrante del movimiento social por la paz, vivieron una experiencia muy rica al crear la “Red de Universidades por la Paz y la Convivencia”, que entre 1998 y el 2002 realizó cuatro importantes Congresos Nacionales logrando presencia activa en más de 40 Universidades. (7)

OCHO.

Sabemos que la Universidades que investigan pueden adelantar muy buena proyección social en la medida en que produzcan Pensamiento estratégico. Sin polemizar al respecto, digamos que éste puede ser entendido como aquel que permite llevar los resultados de la investigación teórica, analítica y tecnológica a los problemas de la vida social. Es por esta vía por donde la Universidad cristaliza su misión social. Sin embargo, precisemos que no hay pensamiento estratégico que no sea un pensamiento interesado. En muchos de nuestros Atisbos, bajo formas conceptuales y prácticas muy variadas, lo hemos reiterado inspirándonos con frecuencia en Pierre Bourdieu. En muchos de los Atisbos hemos dicho que el pensamiento estratégico que las Universidades producen a partir de la investigación acumulada, al mismo tiempo no le puede servir a Dios y al Diablo. Lo que normalmente hace el pensamiento estratégico es sugerirle a los actores sociales qué obstáculos deben vencer y qué condiciones crear para que la estrategia de cada uno pueda ser exitosa. Es claro, entonces, que los problemas a resolver están atados a las luchas sociales y a las relaciones de poder. Por lo tanto, de acuerdo con el enfoque ideológico de base de cada universitario, el pensamiento estratégico producido, por ejemplo, para iluminar las luchas realizadas alrededor del conflicto armado, en unos casos instrumentalmente le ha servido a unos para fortalecer o rectificar una salida negociada y a otros, en cambio, para animar una salida militar.

NUEVE.

Pero, al margen del debate que pueda desarrollarse alrededor del carácter y alcances del pensamiento estratégico, habría que decir que un desenlace negociado del conflicto armado es el que más y mejor se ajusta al espíritu, lógicas y cultura de los universitarios. Muy bien sabemos que la lógica de la Universidad no es la lógica del principio de identidad (como decir, lo que es, es) sino, más bien, la del principio de contradicción (como decir, lo que es, puede llegar a no ser hasta convertirse en su contrario). S e trata, entonces, de la contradicción resuelta siempre, de modo dialéctico, mediante la permanente apelación a la inteligencia, a la razón, a la investigación, al debate crítico pero de altura y al poder de la palabra.

Desde el pasado, ésa es la línea en la que, en lo referente a la relación Universidad –Conflicto armado, se han movido, por ejemplo, muchos profesores de la Universidad del Valle.

Sobre la materia, escribió el profesor Angelo Papaquini,

“El encierro en la Universidad y la entrega al goce despreocupado del conocimiento puro y de la cultura aparece ya como una deserción frente a las expectativas de quienes confían en que la Universidad contribuya, con un trabajo investigativo de envergadura sobre los problemas más acuciantes del país, los recursos invertidos en ella por la misma Universidad….La Universidad tiene que enfrentar los problemas concretos de su tiempo y del contexto específico en que se inscribe, pero con sus herramientas más peculiares: el conocimiento, la investigación científica, la crítica y un ethos sustentado en el diálogo y el poder de la palabra”. (8)

DIEZ.

Como decir, si la Sociedad nos financia, a ella pertenecemos con todo lo que tenemos como más específico y peculiar, como es todo lo que gira alrededor de lo que podemos llamar “Palabra de Universidad”. Como decir, la palabra y el diálogo enhebrado en ella al servicio de esa causa llamada “una Colombia sin conflicto armado”. Al pensar en la relación palabra, Universidad y conflicto armado, no podemos olvidar al gran Pablo Neruda,
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan…Me prosterno ante ellas…Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito…Todo está en la palabra…Una idea entera se cambia porque una palabra se cambió de sitio, o porque otra se sentó como una reinita dentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció”. (9)

No hace mucho tiempo, así puse sobre tierra académica este texto de Neruda desde la que he llamado, “Palabra de Universidad”,

“Claro que con la palabra podemos equivocarnos”, y también mentir, añadiríamos ahora, “pero también mediante ella, podemos corregir, reparar y perdonar. Lo que en definitiva la aturde es su uso inútil, hablar por hablar, y, peor, su uso inmoral, hablar para mentir, para engañar, para tapar, para tergiversar. Los que hacen ese uso inútil, pero, sobre todo, inmoral de la ‘palabra’, incurren en el delito de ‘lesa-palabra’” (10)

ONCE:

Por facilidad de consulta, quedémonos ahora con algunas de las tesis, que, levantadas hace una década por profesores de la Universidad del Valle, nos pueden servir ahora para repensar la relación Universidad- Conflicto armado.

En 1999, en el Primer Congreso Nacional de la Red de Universidades por la Paz realizado en Bogotá, entre otras cosas, señaló el profesor Adolfo Alvarez,

En la Universidad “se reciclan los conflictos sociales en el ámbito de las ideas y por su función intelectual, por su esencia crítica, la Universidad es uno de los espacios más sensibles a los conflictos y luchas políticas…Existe entonces una tensión entre la necesaria autonomía universitaria para avanzar en su misión intelectual y las demandas de signo diverso que la confrontan y la afectan. Qué tanto y en qué sentido el movimiento universitario y la Universidad colombiana, han incidido sobre: los procesos, las ideas, los actores-partidos, movimientos-, y los conflictos políticos y en el conflicto armado como expresión del conflicto político? O cómo estos la han afectado?”.

Enseguida el profesor Alvarez hizo un examen histórico de las tensiones entre la Universidad colombiana por conquistar su autonomía y la presencia en su seno de fenómenos ora de hiperpolitización- década de 1970- ora de despolitización-década de 1990 concluyendo en la necesidad de repensar la función política de la Universidad:

“La Universidad, señaló, no puede sustraerse de la influencia de los procesos y conflictos políticos que agitan la sociedad. Pero ella debe ganar y construir una verdadera autonomía, que le permita pensar y repensar, criticar, evaluar y estudiar; someter también a un análisis sistemático, con base en las ciencias sociales y humanas, en los desarrollos del pensamiento moderno, las diversas opciones y propuestas políticas... ‘La Universidad, señala al citar a O. Gaviria, no es el escenario de la política, pero la política pasa por la universidad”.

“Por ejemplo, concluyó, respecto de la guerra y la paz la tarea de la Universidad, de los académicos y de los universitarios es promover el análisis, el debate, la reflexión, el estudio, en forma más amplia, rica y compleja de los factores, de las condiciones que la explican, de los actores internos y externos de este proceso. Más allá de justificar el conflicto debe explicarlo, mostrando la lógica de los actores y sus implicaciones para el conjunto de la sociedad y la propia nación. El logro de la paz, hace parte de una condición para la sobrevivencia y el ejercicio de la autonomía universitaria, que como hemos visto es una de las damnificadas de la confrontación armada, pero porque se trata de una condición para ejercer su función crítica en libertad”.
Señalemos, por otra parte, que el profesor Alvarez recogió en su Ponencia una tesis central, que inspiró a REDUNIPAZ durante sus cuatro años de vida activa y que señala a

“las formas democráticas” como las “únicas coherentes con el espíritu de la Universidad”. (11)
Agreguemos ahora que, desde tiempo atrás, Los Atisbos han defendido la tesis que dice que el desenlace que finalmente alcance en Colombia el conflicto armado, incidirá, de modo significativo, en su forma futura de Estado y de sociedad. De todas maneras, el desenlace democrático será siempre el más congruente con el espíritu, la misión y la cultura de La Universidad. (12) Ya lo hemos experimentado, la salida guerrerista intentada entre el 2002 y el 2008, ha tenido entre sus consecuencias más disfuncionales y perversas la evolución del régimen político colombiano hacia una forma de república autoritaria.

Recordemos, por otra parte, que años atrás la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle instauró un Seminario Permanente sobre la Guerra y la Paz en el que 17 investigadores (“Daniel Pecaut, Fernando Cruz K, Carmiña Navia, Anthony Sampson, Rodrigo Romero, Humberto Vélez, Angelo Papacchini, Víctor Mario Estrada, Alba Nubia Rodríguez, Boris Salazar, Martin Urquijo, Jesús Valencia, Fabio Martínez, Darío Henao, Gilberto Loaiza, Alejandro López y Adolfo Alvarez”), independientemente de los diferentes sistemas éticos asumidos como punto de referencia, compartieron la idea de

“unos mínimos humanitarios que no pueden ser violados por ninguna razón o causa superior, por noble y elevada que ésta sea”.

Al respecto, se presentaron cuatro importantes Ponencias. (13)

La idea de universitario se encuentra muy cercana a la de intelectual. Entre las Ponencias presentadas en ese Seminario hubo una que importa destacar en este 2011 cuando creemos que es válido y necesario esforzarnos por viabilizar un nuevo modelo de tratamiento positivo del conflicto armado, proceso en el que a la Universidad le compete un papel importante pero sin que violentemos su naturaleza olvidando que se trata de una organización situada, que tienen una historia específica. Se trata de la reflexión realizada por el profesor Gilberto Loaiza, “Los intelectuales colombianos ante los dilemas de la guerra y de la paz”. (14) Para animar la reflexión, la condesamos así con algunas glosas, en sus tesis centrales,

En su Ensayo esboza lo que “han podido ser y hacer los intelectuales” en un país que, como Colombia “ha vivido, en los dos últimos siglos, una guerra endémica, permanente, no importa los eufemismos explicativos que la aderecen ni las variantes en los métodos de aniquilación o la ampliación histórica de los listados de causas y actores en contienda”. En una primera tesis central, el profesor Loaiza destacó cómo la recurrente alternativa de las armas nos ha llevado a despreciar que “antes, durante y después de cada guerra ha sido posible construir algunos indicios institucionales de modernidad cultural, de lo que cualquier ideólogo liberal decimonónico habría llamado con entusiasmo ‘civilización’ opuesta a la ‘barbarie’ ”. Es en este primer momento cuando el ponente, sin temor y con valor, hace la loa del sector de intelectuales que, sin vinculación en apariencia con la política, han contribuido a la construcción de “la institucionalidad cultural, que permite la difusión – así sea todavía exigua o marginal- de los gustos estéticos”: “A muchos creadores, precisa, debemos agradecerles sus sistemática elaboración de una obra artística” aunque sobre ellos haya recaído la justa o injusta condena de la evasión.”Muchos de esos individuos, prosiguió, son responsables de que la vida pública en Colombia sea menos desoladora, que las ciudades sean escenarios menos hostiles y que el ciudadano medio del país pueda tener algún grado de goce estético en su trágico peregrinaje.”. Glosando al profesor, nosotros agregaríamos que muchos de esos creadores son responsables de que la violencia en Colombia no sea todavía mucho más abundante, intensa y aplastante, lo que, para el caso colombiano, sería casi hiperbólico.

Enseguida el autor destaca cómo durante esos dos siglos de aparente vida republicana y en medio de esta guerra endémica y permanente, “han nacido universidades, se han organizado expediciones científicas, se han ido formando comunidades especializadas en investigación y se han diferenciado las esferas de producción intelectual”. Ha sido así, entonces, como los intelectuales colombianos, con todas sus ambivalencias, históricamente han oscilado “entre ser el apéndice institucional, de su sistema tradicional de parentelas o ser los voceros de una sociedad moderna”. Válida esta tensión, habría que decir que el intelectual del siglo XIX, fue ante todo, el intelectual de un establecimiento e institucionalidad básicas, todavía en construcción, “un agente de exclusión política, precisó el ponente, bajo el principio de la soberanía de la razón que suplantó al de la soberanía del pueblo”. Pero, “en tiempos más cercanos, y he aquí otra importante hipótesis histórica de Loaiza, el impacto de los medios de comunicación audiovisuales y el persistente cuestionamiento del débil sistema público de educación superior, han hecho que el intelectual caiga en la desgracia, según el lenguaje tecnocrático en boga, de ser inviable, de resultar oneroso según las ponderaciones de los heraldo del libre mercado. Su original carácter mediador, de persuasor permanente, se ha diluido en una sociedad que parece poco dispuesta a optar por el uso de la razón. Escribir en este umbral sobre los intelectuales colombianos no promete por tanto, un balance que invite a la esperanza. Pero eso sí, la simple indicación de un acumulado, de unas líneas de persistencia que se sostienen en medio de las cíclicas irrupciones de las formas explícitas de la guerra, nos permiten creer que algo se ha podido construir y que es preciso protegerlo de la extinción”.

El profesor Loaiza nos ha puesto sobre el tapete unas tesis que juzgamos muy importantes en esta coyuntura cuando creemos que es importante trabajar por la reactivación de REDUNIPAZ. Entre 1998 y el 2002, invadidos por el optimismo social de la pacificación, de modos variados idealizamos el papel de la Red. Una década después, con claridad nos hemos percatado de que los intelectuales colombianos no somos unívocos. Quizá todos queramos el final de la guerra aunque unos por un camino de re-guerra y otros, por el de su negociación; muchos, por distintos caminos legítimos, están contribuyendo a la construcción de paz positiva, como ha llamado GALTUNG a toda forma activa de sensibilidad humana orientada a enriquecer lo humano. El profesor Loaiza lo ha destacado: ha existido un grupo de intelectuales colombianos responsables de que este país sea menos desolador. Han sido, así, activos constructores de modernidad. Otros, quizá, queramos colocar ahora nuestro granito de arena en este esfuerzo por potenciar la Red. Hagámoslo con mucho sentido de realidad, pues, de todos modos, estamos en una sociedad en la que no son tantos lo que crean en el poder de la palabra, en el poder de “La Palabra de Universidad”.

DOCE.

Recojamos, entonces, la idea central: la Universidad Colombiana puede, por ser una empresa del conocimiento y, debe, por obligación moral ligada a su propia misión, primero, investigar el conflicto armado, como pasado y como presente, como realidad y como representación simbólica; segundo, evaluar, en sus implicaciones y consecuencias, las distintas propuestas atadas a sus posibles desenlaces; tercero, contribuir a levantar un nuevo modelo para su transformación nacionalmente positiva; y cuarto, por qué no , casarse con la apuesta más congruente con sus lógicas, espíritu y cultura.

TRECE.

En este esfuerzo por reactivar la Red, ahora con participación de estudiantes, empleados y trabajadores, ECOPAIS- ATISBOS ANALÍTICOS ofrece sus esfuerzos y espacio (fundacionecopais@gmail.com, humbertovelezr@gmail.com, templario006@yahoo.es, yesika_villegas@hotmail.com, mandatoestudiantilciuv@gmail.com, mandatohumanitario@gmail.com ) para que a mediados del año podamos realizar en Cali un Encuentro de Universidades del suroccidente colombiano preparatorio del V Congreso de REDUNIPAZ, que se podría realizar en Bogotá a finales del año. Mientras tanto, en las distintas Universidades vayamos realizando Encuentros Internos, Locales y Regionales, así: 1. Eje Cafetero, Caldas, Risaralda, Quindío; 2. Valle del Cauca; 3. Popayán, Cauca, Putumayo.LOS ATISBOS ANALITICOS abre su especio virtual para animar este debate en el sur-occidente colombiano.

Mientras tanto, asumamos a REDUNUIPAZ como parte integrante del Movimiento social por la Paz, y, sobre todo, de “Colombianos y colombianos por la Paz” bajo el liderazgo de Piedad Córdoba. Es una propuesta, ya dialogada entre algunos, que REDUNIPAZ recoja la memoria de Alfredo Correa D’Andreis, uno de sus más entusiastas fundadores.
NOTAS:

(1) Atisbos Analíticos No 120, agosto 2010.
(2) Ver los Atisbos Analíticos entre el 1 y el 20.
(3) Atisbos Analíticos 120
(4) Humberto Vélez r. “Las Constituciones de 1863, 1886 y 1991 como fenómeno político cultural. Cali, Diciembre 2010, Atisbos Analíticos No 124.
(5) Atisbos Analíticos No 124, Cali, diciembre 2010.
(6) Garzón, Angelino, El País.com.co, 1-09-2011.
(7) Ver el ya citado Atisbos 120
(8) Papaquini, Angelo. Introducción al libro Violencia, Guerra y Paz Una Mirada desde las Ciencias Humanas. Artes Gráficas de la Facultad de Humanidades Universidad del Valle. Cali.
(9) Pablo, Neruda. Confieso que he vivido. Memorias. Losada. Buenos Aires.1973. Pgs. 73-74
(10) Vélez R, Humberto. Obama Obamanías y Obamaposibilidades. AC EDITORES. Cali.2009. Pg.107
(11) Alvarez, Adolfo. “Universidad, Política y Paz”. En, Violencia, Guerra y Paz. Op. Cit. pgs.165-182
(12) Vélez, Ramírez Humberto. El Conflicto político armado en Colombia Negociación o Guerra. Editorial Universidad del Valle. Cali. 1998.Pg. 186-187
(13) Producto del primer año de labor de ese Seminario fue el libre ya citado “Violencia, Guerra y Paz”.
(14) Loiza CANO, Gilberto. “Los intelectuales colombianos antes los dilemas de la guerra y la paz. Op.cit. pgs. 415-448

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